Sé tú mismo, despierta
Tras el vivir y el soñar,
está lo que más importa: despertar.
Antonio Machado
Escucha la luz de tu historia,
no caigas en la desmemoria.
Aprende de ella para no repetirla,
transfórmala en llama viva.
Cuida con firmeza tu ánimo,
no te pierdas en lo oscuro,
no te quedes atado.
Aléjate de los vanos artificios,
de los héroes de humo;
elige lo auténtico,
lo libre, lo valiente, lo tuyo.
No abandones tu pensamiento,
ni temas al miedo profundo;
no eleves nada en un pedestal;
crece desde lo vivido,
desde lo que eres,
desde lo que sabes.
No pierdas el hilo de tu rumbo,
ni desperdicies tu destino;
tras cada lucha y esfuerzo,
reconócete en tu reflejo.
Sé tú mismo, despierta.
Vive, sueña…
el amor nunca nos abandona,
sé la luz que arde en tu propia llama.
Santiago Villar Pallás,
de “El cielo en la tierra”.
El despertar como llama: lectura de un poema
Hay poemas que no solo se leen, sino que se respiran. “Sé tú mismo, despierta” es uno de esos textos que, más que un consejo, es una invitación a la intemperie del ser. El poema se abre con una cita de Machado, y en esa estela de sabiduría se despliega una voz que no sermonea, sino que acompaña: “Escucha la luz de tu historia, / no caigas en la desmemoria.” Aquí la luz es memoria y la memoria es raíz, pero también es antorcha para avanzar. El poema se construye como un rito de paso, una sucesión de umbrales: dejar atrás lo oscuro, lo vano, lo impuesto, para abrazar lo auténtico, lo libre, lo valiente.
El ritmo es sosegado, casi meditativo, como si el verso se ajustara al pulso de quien busca su centro. No hay retórica, solo una depuración que recuerda la ética de los grandes poetas del siglo XX, pero con una calidez cercana, sin solemnidad. Cada estrofa es un peldaño: el yo se mira, se reconoce, se sacude el polvo de lo heredado y se afirma en lo vivido. “No pierdas el hilo de tu rumbo, / ni desperdicies tu destino; / tras cada lucha y esfuerzo, / reconócete en tu reflejo.” La vida es lucha, pero también es espejo: lo que somos, lo que aprendemos, lo que aún podemos ser.
El cierre es una luminaria: “Sé tú mismo, despierta. / Vive, sueña… / el amor nunca nos abandona, / sé la luz que arde en tu propia llama.” El amor —no como sentimentalismo, sino como fuerza vital— es la llama que nunca se apaga, el núcleo que nos sostiene cuando todo lo demás se tambalea. El poema no promete respuestas, sino un modo de estar: alerta, abierto, encendido. Así, el lector sale de estos versos con la sensación de haber sido tocado por una verdad sencilla y profunda, como quien sale al alba y, por un instante, siente que la vida, pese a todo, merece ser vivida.
Santiago Villar Pallás,
de “El cielo en la tierra”.