Los peces que han nacido obligados a ser
-dentro de una pecera-
no son conscientes del río
que como un hogar seguro
desemboca en el mar
de la libertad de ser uno mismo.

Juan Manuel Leiva, “Cambio de plano”

Análisis: La pecera y el mar: un viaje de pieles abandonadas

El poema respira en el silencio entre la jaula y el horizonte. La pecera, frágil y transparente, se vuelve prisión invisible: sus límites son tan claros que los peces olvidan incluso la existencia del agua libre. Leiva talla aquí una metáfora afilada sobre las identidades que heredamos sin cuestionar, esos moldes que confundimos con la vida misma. El verso “obligados a ser” golpea como un diagnóstico de época: ¿cuántas veces nacemos en biografías prefabricadas, en rutinas que se disfrazan de destino?

El río aparece como un susurro de posibilidad, un camino líquido que los peces no imaginan. Es curioso: el agua que los rodea podría ser la misma que fluye hacia el mar, pero la pecera la convierte en estanque. Leiva juega con la paradoja de la seguridad como cárcel, esa comodidad que nos aleja de nuestro nombre verdadero. El mar, al final, no es un lugar geográfico sino un verbo: ser uno mismo, una marea de libertad que solo llega cuando rompemos el cristal de lo establecido.

El poeta no juzga, solo muestra. Su lenguaje -sencillo como un guijarro- esconde profundidades oceánicas. Cada línea es un espejo: ¿cuántas peceras habitamos sin saberlo? ¿Qué ríos nos esperan más allá de los muros que llamamos “hogar”? La respuesta late en ese desembocar final, donde la identidad deja de ser un recipiente para convertirse en corriente.

Análisis escrito con tinta de mar y cristales rotos.

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Los peces que han nacido obligados a ser
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CAMBIO DE PLANO
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