Natalia CARBAJOSA Natalia Carbajosa: El poeta trabaja, la mayor parte de las veces, desde la más absoluta soledad - FotoNatalia 150x150 - Natalia Carbajosa: El poeta trabaja, la mayor parte de las veces, desde la más absoluta soledad
Natalia CARBAJOSA

Natalia Carbajosa, poeta, narradora, ensayista y traductora, acaba de publicar su libro de poemas Desde una estrella enana con la Editorial Poesía eres tú. El libro es el compendio de dos poemarios, “Desde una estrella enana” y “Biografía elemental”.

P.-  Dos poemarios en un solo libro. ¿Podrías explicarle al lector cuáles son las diferencias entre ambos poemarios?

R.-Son muy diferentes en su concepción, estilo… en todo, salvo que están escritos por la misma pluma, y supongo que eso también se notará. “Desde una estrella enana” es un poemario abstracto, muy meditado, con una labor de investigación previa, en el que intento ahondar en la relación entre la poesía y la ciencia, que siempre me ha interesado, a través formas expresivas nuevas para mí. “Biografía elemental” es un poemario urgente, ligado a lo cotidiano, que busca una transmisión mucho más directa y pretende conectar de otra manera con el lector, antes desde la experiencia compartida que desde el intelecto.

P.- Desde una estrella enana. Quizás muchas veces nos sentimos así, más cuando se trata de un arte minoritario como es la poesía. Un género quizás donde los autores encuentran la necesidad de crear y muy poca recompensa ante el público. ¿Es este el sentido de tu título o adquiere tal vez un valor cósmico?

R.-La verdad es que, mientras lo escribía, yo estaba pensando sobre todo en el universo, pero lo que tú apuntas también es cierto. El poeta trabaja, la mayor parte de las veces, desde la más absoluta soledad y sabiendo que no va a tener ni una mínima repercusión, acaso ni lectores siquiera más allá de su círculo de amigos. No se trata de lamentarse pero sí de reconocerlo y asumirlo: quien quiera dedicarse a esto, habrá de encontrar un difícil equilibrio entre ser el único habitante de una estrella y no perder de vista la realidad, el suelo que todos pisamos, incluido él.

P.- Al principio del libro, en la introducción que le haces al lector, hablas de los poemas como Islas que después se van uniendo a través de relaciones entre ellos. ¿Es quizás la tarea del poeta hacer que esto suceda?

R.-Depende. Hay veces en que un libro sale “pensado” desde el principio, con sus capítulos o secciones relacionadas de antemano. Otras veces es como yo apunto, empiezas a escribir y cuando llevas diez, veinte poemas, te das cuenta de que conversan entre ellos y van forjando ese libro del que tú, hasta entonces, no tenías noción. Supongo que es parecido a cuando un novelista empieza un libro y no sabe exactamente hacia dónde van a caminar sus personajes. La tarea del poeta es darse la suficiente libertad para que esto suceda como haya de suceder, no empeñarse en forzar un resultado.

P.- Profesora de filología inglesa en una Universidad, me imagino que ese espíritu joven se contagia en los poemas. Además haces traducciones de libros, algunos de poesía. Muchos autores piensan que es un buen ejercicio poético copiar un poema en un papel. ¿Se consigue este efecto con la traducción? ¿Ha ayudado la traducción a enriquecer tu poesía?

R.-En la universidad doy clases de inglés, es decir, uso la parte más instrumental –para mí la menos interesante- de mis conocimientos; pero todo ayuda, y la docencia en sí es una labor muy grata. La traducción literaria sí que es fundamental en mi entrenamiento como poeta: me enseña, sobre todo, a buscar la precisión, ese límite de exactitud que siempre queda un poco más allá de nuestras posibilidades. Esa experiencia de convertirte por una temporada en la otra voz de una voz ya existente, es en sí misma impagable.

P.-  Encontramos muchas menos mujeres que hombres en la poesía, un hecho contradictorio si tenemos en cuenta que la mujer es más sentimental que el hombre. Muchos arguyen desde hace tiempo que la naturaleza de la mujer es de por sí creadora y el hombre tiene que suplir esa falta con la creación en el arte. ¿Apoyas esta creencia que ya apuntaba hace más de cien años Rilke en sus cartas a un joven poeta?

R.-Bueno, no estoy muy de acuerdo en que la mujer sea más sentimental que el hombre, aunque sí tenga, culturalmente, más libertad para expresarse así. Hasta cierto punto es verdad lo que Rilke apunta: no hay un número tan elevado de poetisas, pintoras o músicas como de hombres, al menos en las categorías más altas. Creo que sigue debiéndose, en parte, a factores culturales; en parte también a que la crítica suele aferrarse a lo que ya conoce, que es un mundo sobre todo masculino (salvo cuando se dedica al marketing y entonces apuesta hipócritamente por la novela de mujeres y cosas así); y creo que sí, que la mujer entregada a la familia lleva consigo un potencial creativo que encuentra su expresión cotidiana entre los suyos. No hay nada malo en reconocerlo de este modo, tal y como lo hemos comprobado en nuestras madres, tías y abuelas. El problema de las mujeres que quieren ser artistas es que muchas acaban renunciando a la vida familiar, mientras que en los hombres esto no se da. Y a vueltas estamos todavía con la búsqueda del punto medio entre dos extremos igualmente incompletos.

P.- Siempre que entrevistamos a un poeta le preguntamos por sus libros favoritos y los que más han influido en su creación poética. ¿Podrías decirnos alguno de ellos?

R.-A los dieciséis años leí “Los versos del capitán”, de Neruda. Ese libro produjo una verdadera conmoción en mí por el lenguaje y la manera de abordar el tema amoroso, aunque yo ya era receptiva a la poesía por las lecturas escolares. Otros libros señeros en mi camino han sido: la “Segunda antolojía poética” de Juan Ramón, “La voz a ti debida” de Salinas, “Don de la ebriedad” de Claudio Rodríguez, “Las personas del verbo” de Gil de Biedma… y entre los autores en inglés, los sonetos de Shakespeare y la obra de los románticos como Blake, Keats y Coleridge. También me han impactado, como ejemplos de reflexión sobre la literatura y la vida, los diarios de Sylvia Plath, las memorias líricas de Kathleen Raine, los ensayos de Sophia de Mello, Natalia Ginzburg y Adrienne Rich, las reflexiones de Tomás Sánchez Santiago en su hermoso libro “Para qué sirven los charcos”,  así como las “Cartas a un joven poeta” que tú has mencionado. Por otro lado, hay autores cuya conversación y artículos, además de sus libros, desprenden una luminosidad a la que me gustaría poder asomarme, como es el caso de Gustavo Martín Garzo.


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