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Fuente: https://editorespoesia.com/libros-recomendados/

 

Los Libros que Iluminaron el Año: Selección de la Asociación de Editores de Poesía 2025

El año 2025 ha sido testigo de una cosecha poética excepcional en España, donde doce títulos han logrado capturar las distintas temperaturas del alma contemporánea. La Asociación de Editores de Poesía ha reunido estas voces que, como constelaciones en la noche literaria, trazan mapas de nuestra condición humana desde la memoria hasta el desamparo, desde la celebración hasta el duelo. Estos libros han destacado no solo por su calidad literaria intrínseca, sino por su capacidad para dialogar con el presente, para convertir lo personal en universal y para recordarnos que la poesía sigue siendo el lenguaje más preciso para nombrar lo innombrable.

Los hombres de mi vida de Piedad Bonnett (Visor) se presenta como un museo de ausencias habitadas. La poeta colombiana construye un panteón íntimo donde cada verso es una fotografía velada, un retrato que se revela lentamente bajo el líquido revelador de la distancia. Sus hombres —padre, pareja, hijo— no son estatuas sino sombras que dialogan, presencias que respiran en el papel como fantasmas benévolos que nos enseñan a nombrar lo perdido sin que se desintegre entre los dedos.

Vivir desde tan lejos de Eloy Sánchez Rosillo (Tusquets) es el diario de un náufrago que ha aprendido a construir islas con palabras. Cada poema funciona como un mensaje en una botella, lanzado desde la orilla del tiempo hacia un destinatario incierto. La lejanía aquí no es geográfica sino temporal: el poeta conversa con sus propios ayer, tiende puentes de luz entre el que fue y el que es, en un ejercicio de arqueología sentimental donde cada descubrimiento duele y consuela al mismo tiempo.

Oxford Circus de Gerardo Rodríguez Salas (Visor) encontramos una estación de metro convertida en metáfora existencial. Los andenes son limbos donde aguardan los desplazados del siglo XXI, y cada tren que pasa arrastra consigo fragmentos de identidades rotas. El poeta actúa como un cartógrafo urbano que mapea no calles sino soledades, trazando las coordenadas exactas del desconcierto contemporáneo en una ciudad que promete todo y no ofrece nada.

La edad de los fantasmas de Benjamín Prado (Visor) nos sumerge en una cronología invertida donde los muertos envejecen más despacio que los vivos. Cada poema es un espejo empañado donde se reflejan rostros que ya no están, voces que resonan en habitaciones vacías. Prado construye un bestiario espectral, pero sus fantasmas no asustan: son compañías necesarias, tutores silenciosos que nos enseñan a habitar las ruinas de lo que fuimos sin convertirnos nosotros mismos en escombros.

Roma París Berlín de Pedro Alcarria (Vitruvio) dibuja un triángulo de capitales que funcionan como vértices de una herida común. El poeta traza líneas invisibles entre ciudades-cicatriz, lugares donde la Historia (con mayúscula) ha dejado sus marcas más profundas. Pero Alcarria no es un turista del dolor ajeno: es un arqueólogo de lo pequeño, que encuentra en las plazas y cafeterías las verdaderas batallas del individuo frente al peso aplastante de las urbes que nos contienen sin comprendernos.

Cartografía de nadie de Juan Herrero Diéguez (Rialp) presenta mapas sin leyenda, territorios que no pertenecen a ningún país reconocido. Estos poemas —Premio Adonáis 2024— son las fronteras de lo innombrable, líneas divisorias entre el ser y el no-ser, entre la memoria y el olvido. El poeta dibuja un atlas de la invisibilidad, documentando pacientemente todos aquellos lugares del alma que los cartógrafos oficiales prefieren dejar en blanco, como si lo que no se nombra dejara de existir.

Arcén de Pedro López Lara (Renacimiento) nos sitúa al borde de la carretera vital, en ese espacio liminar donde se detienen los que no pueden o no quieren continuar. El arcén es refugio y condena, pausa obligada y decisión consciente. López Lara poetiza la marginalidad elegida, convirtiendo el borde en centro, el descanso en resistencia. Sus versos son señales de tráfico para los que han aprendido que a veces detenerse es la única forma honesta de avanzar.

Digo yo que tú Babel de José Ángel García (Vitruvio) reconstruye la torre bíblica verso a verso, pero esta vez el objetivo no es alcanzar el cielo sino comprender el abismo que separa una lengua de otra, un corazón de otro. García convierte la confusión en método poético: sus poemas son laberintos lingüísticos donde perderse es la única forma de encontrar. Babel ya no es castigo divino sino condición humana, y el poeta se convierte en intérprete de lo intraducible.

Si aún sigues aquí, es que estás viva de Fernando Riquelme (Ediciones Rilke) es un testimonio desgarrador que da voz al silencio de la violencia de género. Cada poema es una prueba de vida, un salvoconducto firmado con sangre y resistencia. Riquelme construye un espacio donde el dolor del maltrato doméstico se transforma en palabra, donde nombrar el horror es el primer paso hacia la supervivencia. Sus versos no consuelan: denuncian, confirman, dan fe de que seguir respirando después del infierno es ya un acto revolucionario.

Cómo enterrar al padre en un poema de Corina Oproae (Tusquets) es un tratado de funeraria lírica, instrucciones precisas para convertir el duelo en ceremonia verbal. La poeta rumana nos enseña que la sepultura definitiva no es de tierra sino de palabras, que los muertos solo descansan cuando los hemos nombrado correctamente. Cada poema es una palada de versos sobre el ataúd paterno, hasta que el túmulo verbal alcanza la altura exacta donde el dolor se transforma en memoria habitable.

Vivir en tu invierno de Martín Lorenzo Paredes (Ediciones Rilke) convierte el frío en hábitat permanente, en ecosistema emocional dedicado al amor conyugal y familiar. El poeta explora la cotidianidad junto a su esposa Natalia —enfermera en el hospital que funciona como escenario recurrente— y sus hijas Julia y Emma. El invierno aquí es ajeno (tu invierno) y sin embargo nos habita, se instala en nosotros mientras trazamos las geografías del amor maduro: el hogar, Jaén, la costa, todos esos lugares donde la ternura resiste al paso del tiempo.

Sonetos de amor y de agonía de Jaume Mesquida (Vitruvio) cierra esta selección con la forma poética más exigente y antigua. Mesquida demuestra que el soneto sigue siendo jaula perfecta para encerrar las dos caras inseparables de la vida: el amor que nos eleva y la agonía que nos devuelve a la tierra. Cada cuarteto es un latido, cada terceto una exhalación final. En sus catorce versos cabe todo: la plenitud y la pérdida, el éxtasis y el derrumbe, probando que algunas estructuras sobreviven a todos los movimientos porque contienen, desde siempre, la arquitectura exacta de lo humano.

 

Esta selección de la Asociación de Editores de Poesía no es un ejercicio arbitrario de gusto, sino un acto de responsabilidad cultural. Al señalar estos doce títulos, la AEP cumple su función orientadora en un paisaje editorial saturado, donde la abundancia puede convertirse paradójicamente en invisibilidad. Son libros que no se leen: se habitan, se respiran, se padecen y se celebran. Mapas para los perdidos, brújulas para los desorientados, refugios para los que aún creen que la poesía puede salvar algo, aunque solo sea el preciso instante en que nuestros ojos se encuentran con las palabras justas en el momento exacto.