Entrevista: Alberto Gomez Vaquero
Charlamos con Javier Reverte sobre su novela “campos de fresa para siempre”, que obtuvo el premio de la Asociación de Escritores y Editores Madrileños, y que narra la historia de un amor obsesivo y destructor entre Cristina y Miguel dos jóvenes estudiantes de derecho que van creciendo y persiguiéndose por una España que vive el final del franquismo, pero también de las utopías revolucionarias.
Frente a las típicas historias en las que el amor pasional triunfa, esta es una historia que podríamos llamar más realista en la que el amor obsesivo y pasional sólo conduce a la decepción: ¿se trata de una lección de vida?
La literatura no trata de dar casi nunca una lección de vida, al menos en mi caso, sino plantear una perplejidad. Yo no creo en el amor total y placentero, sino en el tránsito de la relación amorosa, que transcurre, feliz o infelizmente, a lomos del tiempo. Pero hay casos en que se convierte en obsesión.
Parece como si en ciertas relaciones una persona, en este caso Cristina, estuviera abocada a entregarse siempre y la otra sólo fuese receptora de ese amor, sin dar nada a cambio.
Él es una egoísta y un tipo obsesionado con una idea política. Y ella le ama y quiere, sobre todo, aclarar la historia, saber qué queda entre ellos. Ella es valiente, él un tipo algo loco.
Y además Cristina se engaña a sí misma porque Miguel le deja claro desde el principio que él no quiere “pasiones que le aten”. ¿Se trata de ceguera o de esperanza en poder cambiar ese sentimiento?
Eso es muy común en la gente que se enamora de lo imposible, como es el caso de Cristina: quieren apurar la historia de amor. ¿A quién no le ha sucedido?
En general, su obra es muy crítica con la forma de amar de los hombres, siempre más preocupados de sus grandes obras que del ser querido. Cristina, en la página 173, hace un análisis muy pesimista de los hombres, de cómo se hacen los inocentes y desprotegidos hasta que la mujer baja sus defensas y luego la destrozan. ¿Su visión coincide con la de Cristina, o sólo es lo que cree que piensan las mujeres sobre cómo aman los hombres?
Muchas amigas
mías se han quejado siempre de eso. Creo que, históricamente, ha sido un poco así: muchos hombres piensan en su triunfo social, las mujeres en su relación personal. Pero eso no es una norma absoluta. Hay mujeres y hombres que son todo lo contrario. La Pasionaria, por ejemplo, era una devoradora de hombres y andaba subida al caballo de la Historia y hay muchos hombres que caminan solos e infelices por la vida, añorando una relación de pareja.
Y frente al amor pasional y fracasado, se levanta el triunfo del amor maduro, del amor que ha sabido esperar. Ese que nunca triunfa ni en las novelas ni en las películas. ¿Has querido hacer un homenaje a ese tipo de amor o es que en la realidad es el único posible?
No he pretendido hacer un homenaje a nada ni pensar que ese amor es el único posible, sino dejar ver algo que es muy común: los hombres que insisten a una mujer, si ella está sola, acaban llevándose el gato (la gata, en este caso) al agua.
Para los jóvenes de ahora cuesta imaginar una pasión contenida, desarrollada a escondidas,…¿Esto las hacía más malsanas y obsesivas, o las hacía más interesantes al tener más misterio?
Yo creo que los jóvenes de hoy son iguales que siempre y que viven muchas pasiones contenidas. Lo que pasa es que vemos la apariencia de las cosas. La raza humana no cambia tan deprisa.
Un tema muy importante al principio de la novela es el de los sindicatos antifranquistas en las universidades, un tema que, además, fuiste de los primeros en tratar. ¿Tuviste que documentarte para ello o tienes experiencias propias de esos temas? porque perteneces más o menos a la generación de los protagonistas del libro.
No me documenté casi nada, o nada en absoluto. Yo viví ese tiempo muy de cerca y, sobre todo, más que en mi mismo -me hice comunista años después, en 1974, y dejé de serlo a poco de concluir la transición, en 1979- lo vi en compañeros muy próximos a mí. Todo lo que cuento en la novela lo viví en cierto modo. Y creo que fui de los primeros en tratarlo literariamente, si es que no fui el primero.
Un aspecto que nos ha llamado la atención es la visión crítica con esa generación que es también la tuya y que parece encontrarse un poco perdida después de haber hecho la transición. Muchos se justifican a sí mismos el haberse traicionado, como Pepe Luengo, otros, como la protagonista, en cambio, se sienten liberados de poder renunciar a cambiar el mundo y centrarse más en su vida, pues tienen la sensación de haber desperdiciado su juventud. ¿Fue un cambio duro para esa generación el dejar atrás la lucha y la utopía del cambio y enfrentarse a la realidad del día a día?
Yo creo que es fue generación privilegiada porque “venció”. La generación que ha dirigido España desde la transición, en todos los terrenos (políticos, sociales económicos, culturales), ha sido la mía. Fue la que derrotó al franquismo, otra generación de “vencedores”. En medio, se quemaron otras generaciones “derrotadas”. Y detrás de la mía, se están quemando unas cuantas de nuevos “derrotados”. Yo quería en esa novela criticar un poco a mi generación porque está llena de gente que se queja de sus “sueños rotos” y cosas así. Me parece lamentable: es una generación de ricos y famosos que tuvo suerte. ¿Por qué muchos lloran ente algodones?. En Francia, con desdén los llaman los “mayistas”.
El único personaje que se niega a crecer es precisamente Miguel que era el más reacio a creer en utopías políticas. Su posición queda bien resumida en la frase del libro que dice: “los que han soñado cuando eran niños no llegan nunca a crecer, la vida se encarga de destruirlos”. Casi es como si quisieras decir que hay que tener cuidado con los sueños que se tienen cuando uno es pequeño, porque nos marcarán toda la vida.
Sobre todo si son sueños políticos… El afán de cambiar el mundo es muy peligroso: a menudo conduce al asesinato. Shakespeare lo dijo. “¡Cuántos, obrando en nombre de la virtud, han vivido en el crimen!”.
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