Descarga: Entrevista a Francisco Muñoz
Presentamos una conversación con Francisco Muñoz-Martín, psicólogo clínico, psicoanalista, escritor y músico español, sobre su obra más reciente “El hilo azul: Europa en verso”. Esta ambiciosa obra poética recorre los 27 países de la Unión Europea a través de versos que entrelazan historia, identidad y esperanza bajo el símbolo unificador del “hilo azul” europeo.
La entrevista, preparada para su edición multilingüe (español, inglés, francés, italiano y alemán), profundiza en las motivaciones del autor para crear este “mosaico lírico continental” en un momento histórico crucial para Europa. Muñoz-Martín, con una trayectoria de más de cinco décadas en el ámbito de la salud mental y autor de más de una docena de libros traducidos a seis lenguas, nos explica cómo su formación multidisciplinar—que combina psicología, música y literatura—le permitió crear una obra que busca democratizar la poesía y convertirla en un instrumento de reconciliación histórica.
En esta conversación, el autor aborda temas fundamentales como el reto de hacer accesible la poesía contemporánea, el papel del arte en la sanación de heridas históricas, y su visión de Europa como un proyecto emocional y ético que trasciende las fronteras políticas. La entrevista revela no solo las técnicas creativas detrás de cada poema, sino también la filosofía humanista que impulsa su trabajo: la convicción de que “la poesía puede y debe ser un arte de todos y para todos”.
Su libro “El hilo azul: Europa en verso” traza un viaje poético por los 27 países de la Unión Europea. ¿Qué lo impulsó a crear este mosaico lírico continental justo en este momento histórico?
Respuesta: “El hilo azul” emerge en un momento crítico para el proyecto europeo, con el continente enfrentando sus mayores desafíos desde la posguerra. Ante tensiones como la guerra a las puertas de Europa y el auge de discursos euroescépticos, sentí la necesidad de aportar una suerte de brújula moral en medio de la tormenta política y social. Me impulsó ver una Europa fragmentada y, como poeta, quise tender un hilo simbólico que uniera esas piezas. Ese hilo azul es una metáfora de la memoria común y del futuro compartido; un hilo que, en lugar de encadenar, abraza nuestras diferencias En tiempos de incertidumbre y desencanto, quise recordar que más allá de las divisiones compartimos sueños, dolores y esperanzas bajo un mismo cielo azul. Había, por tanto, una urgencia histórica de reivindicar la idea de Europa como proyecto cultural y humano –no solo político– y la poesía me pareció el medio idóneo para hacerlo.
He dedicado buena parte de mi vida a entender el alma humana como psicólogo, y esa misma sensibilidad me decía que Europa necesitaba un relato emocional que la reconectara. El hilo azul nació de ese impulso: crear un mosaico lírico continental que sirviera de espejo donde Europa pudiera mirarse y reconocerse incluso en medio de la adversidad. La poesía tiene la capacidad de ser ese espejo y también un lazo de unión. Por eso, justamente ahora, quise transformar la geografía política en un viaje emocional, cultural y ético. Fue mi manera de aportar esperanza y una visión de unidad en un momento en que tantos temen por el futuro de Europa.
Uno de los ejes centrales de “El hilo azul” es el tema de la unidad en la diversidad europea. ¿Cómo cree que la poesía puede contribuir a fortalecer esa idea frente a los desafíos actuales de Europa?
Respuesta: La poesía puede tejer la unidad en la diversidad a un nivel profundo, emocional, que trasciende la retórica política. En “El hilo azul” precisamente empleo el símbolo de ese hilo azul que “no encadena, sino que abraza” para representar cómo las distintas naciones europeas se entrelazan sin perder su identidad propia. Cada poema de la obra celebra la singularidad de un país –su historia, su luz, su lengua– pero a la vez sugiere las conexiones profundas que nos unen a todos. De hecho, en el libro no hay jerarquías: todos los países merecen igual atención poética, quise que desde la nación más grande hasta la más pequeña brillaran con voz propia. Así, verso a verso, la poesía refuerza la idea de que la diversidad cultural no es un obstáculo, sino una riqueza a preservar.
Frente a los desafíos actuales –ya sean conflictos en las fronteras europeas, crisis migratorias o el resurgir de nacionalismos– la poesía ofrece un lenguaje universal que apela a lo común. A través de imágenes simbólicas y emociones compartidas, un poema puede recordarnos que, por distintas que sean nuestras lenguas o tradiciones, hay valores y experiencias humanas que nos conectan. La poesía, al fin y al cabo, opera como un lenguaje universal de las emociones que trasciende barreras idiomáticas y nacionales. Cuando la política diaria nos divide, un verso puede recuperar los principios básicos y la memoria compartida con una serenidad y belleza que reencuentran a la gente.
Creo firmemente que un poema puede contrarrestar la fragmentación recordándonos, de corazón a corazón, lo mucho que compartimos los europeos en nuestra diversidad.
La obra combina un lenguaje elevado, pero es accesible y cercana. ¿Cuál es su visión sobre el papel de la poesía hoy? ¿Cree que sigue siendo un lenguaje válido para llegar a las personas y mover conciencias en la era digital?
Respuesta: Mi convicción es que la poesía tiene hoy un papel fundamental y sigue siendo un lenguaje plenamente válido para llegar a las personas. De hecho, diría que quizás ahora sea más necesaria que nunca. En medio del ruido de la era digital –información instantánea, comunicaciones breves y a veces superficiales– la poesía ofrece un espacio de profundidad y de pausa. Yo concibo la poesía como una voz que puede seguir moviendo conciencias, precisamente porque habla el lenguaje de las emociones y las verdades esenciales. Es cierto que he buscado un estilo elevado en lo estético, pero también claro y directo en el mensaje. Con “El hilo azul” quise demostrar que se puede combinar una vocación didáctica y emocional sin sacrificar la calidad literaria, Es decir, el poema puede ser bello y a la vez comprensible y cercano.
Respecto a la era digital, muchos dicen que la gente joven ya no tiene interés en la poesía, pero yo veo señales de lo contrario. Incluso en redes sociales a veces se comparten versos, se viralizan fragmentos poéticos. Hay una sed de significado profundo. En un mundo tan data-driven, como se dice ahora, creo firmemente que “el mundo necesita poetas también, no importa cuán digital y orientado a datos sea”. La poesía aporta aquello que el lenguaje puramente utilitario no da: matices, humanidad, belleza. ¿Puede llegar a la gente joven habituada a TikTok y a la inmediatez? Sí, porque la poesía, con su brevedad y su intensidad, puede abrirse paso como un destello en medio de la vorágine. Un buen poema, incluso leído en la pantalla de un móvil, puede sacudirte, hacerte sentir. En suma, creo que la poesía sigue siendo un idioma vigente del alma humana. Debemos quizás presentarla de formas nuevas, aprovechar también formatos orales o multimedia, pero su esencia comunicativa y transformadora permanece intacta.
Muchos lectores perciben la poesía como un género elitista o hermético. ¿Cómo aborda usted, desde su escritura y su experiencia, el reto de hacer la poesía más abierta y cercana al público general?
Respuesta: No tiene por qué ser elitista la poesía; de hecho, nunca lo fue en su origen. Desde mi escritura, siempre he intentado derribar ese mito de hermetismo y tender puentes hacia el lector común. ¿Cómo? Primero, eligiendo temáticas que toquen fibras universales. En “El hilo azul” hablo de ciudades, de historia, de memoria, de paisajes que, de un modo u otro, todos podemos imaginar. Uso verso libre y un tono claro, aunque sin renunciar a la profundidad poética. Por ejemplo, he incluido —en la edición completa del libro— pequeñas explicaciones históricas y culturales tras cada poema, precisamente para entablar “un diálogo entre la emoción poética y el conocimiento factual, enriqueciendo la comprensión sin didactismo”. Esto ayuda a que cualquier lector, aunque no sea experto en la historia de tal país, pueda entender las referencias y disfrutar los versos sin sentirse perdido.
Además, en mi trayectoria he buscado recuperar la función social de la poesía. Mientras muchos poetas contemporáneos se refugian en lo muy íntimo o en juegos formales difíciles, yo he querido que mi poesía vuelva a hablar de lo colectivo, de lo que nos concierne a todos, pero con un lenguaje accesible. Mi experiencia como psicólogo también influye: me ha enseñado a escuchar y a comunicar de forma empática y clara. Eso lo llevo a la poesía, intentando escribir de persona a persona. No escribo para una élite ilustrada; escribo para cualquier ser humano sensible, con referencias que cualquiera pueda sentir cercanas (¿quién no ha visto un amanecer, ¿quién no tiene una historia familiar, ¿quién no comparte sueños de un mundo mejor?). En resumen, abordo este reto abriendo las puertas de mi poesía: invitando al público general a entrar, a emocionarse y a reflexionar sin necesidad de claves secretas. La poesía puede y debe ser un arte de todos y para todos, y en mi obra trato de honrar esa idea manteniendo la calidad literaria, pero eliminando las barreras innecesarias.
En cada poema hay una mirada muy simbólica y emotiva hacia los países y capitales de Europa. ¿Cuál fue su proceso creativo para seleccionar y plasmar los rasgos esenciales de cada nación en tan pocos versos?
Respuesta: La creación de cada poema fue un viaje intenso y cuidadosamente preparado. Mi proceso creativo combinó investigación, empatía y síntesis poética. Antes de escribir, me sumergí en el universo de cada país: leí su historia, repasé acontecimientos clave, embebí algo de su literatura, su música, hablé con personas, revisé mis propias impresiones de viaje cuando las tenía. Quería captar el alma de cada nación, esa esencia difícil de definir pero que se siente. Luego, tras ese trabajo de documentación y reflexión, venía la fase de destilación: ¿cómo convertir todo un país en unos pocos versos? Ahí entró el poder del símbolo y la metáfora. Busqué imágenes que sintetizaran los rasgos esenciales. Por ejemplo, para Alemania evoqué “las cicatrices del acero”, aludiendo a su pasado industrial y bélico, y para Portugal hablé de “la saudade convertida en horizonte”, capturando ese sentimiento melancólico y esperanzado tan propio de la cultura lusitana. Con una sola frase quería despertar todo un imaginario.
Cada poema funciona casi como una radiografía emocional de la nación. Utilicé algunos recursos conscientes: por ejemplo, personifiqué a los países dándoles voz propia. “Suecia no necesita gritar. / Habla con destellos”, escribí para Suecia otorgándole un carácter humano, casi como si el país fuese un personaje con alma. Asimismo, jugué con el tiempo: en mis versos permito que Mozart pasee por el Salzburgo de hoy o que Kafka deambule en la Praga contemporánea. entrelazando épocas para mostrar la continuidad histórica en la identidad de esos lugares. Estas licencias poéticas –mezclar pasado y presente, dar voz a las ciudades, fusionar sensaciones– me ayudaron a plasmar en pocos trazos algo reconocible y significativo de cada nación.
En definitiva, fue un proceso de orfebrería poética. Seleccioné con cuidado extremo los detalles: un paisaje emblemático aquí, una alusión histórica allá, un rasgo cultural, un sentimiento colectivo… Y luego pulí el lenguaje hasta dejar solo lo esencial, aquello que resonara. Buscaba que cualquier europeo (o incluso un lector de fuera) pudiera leer esos versos y decir: “Sí, esto se siente como Francia, o como Italia, o como Grecia”. No fue fácil, por supuesto; hubo países cuya complejidad histórica me abrumaba a la hora de condensarla. Pero creo que la clave fue mantener siempre el enfoque en lo emotivo y simbólico, más que en lo descriptivo: pintar con palabras una impresión profunda más que una lista de datos. Así cada poema, con muy pocos versos, pudo sugerir un universo.Además de escritor, usted es psicólogo clínico y social, y músico. ¿Cómo han influido su trayectoria profesional y vital en la manera en que concibe y escribe poesía?
Respuesta: Han influido enormemente; soy el resultado de todas esas experiencias. Como psicólogo clínico y social he pasado más de cinco décadas explorando la psique humana, acompañando a niños, jóvenes y adultos en sus conflictos y esperanzas. Esa labor me dio una perspectiva muy particular sobre el ser humano: aprendí a detectar matices emocionales, a escuchar los silencios, a comprender las heridas invisibles. Y creo que todo eso permea mi poesía. Podría resumirlo diciendo que “quien conoce el corazón individual, puede leer el corazón colectivo”. Mi trabajo terapéutico me enseñó que tras cada persona hay una historia, y tras cada comunidad también. Al sentarme a escribir poesía, aplico esa misma sensibilidad: me fijo en los síntomas del alma de una sociedad, en sus anhelos y traumas. De hecho, muchos han señalado que en mis versos “se percibe la capacidad de leer los síntomas del alma colectiva, de detectar traumas históricos no resueltos, lo que confiere a los poemas una profundidad inusual”. Eso viene directamente de mi bagaje como psicoanalista: no temo ahondar en lo complejo, en lo doloroso, porque sé que allí también hay verdad y potencial de sanación.
Por otro lado, mi faceta de músico ha influido en la forma de mi poesía. La música me inculcó el sentido del ritmo, de la armonía, del tono. Cuando escribo, pienso mucho en la musicalidad del verso, en cómo suena al ser leído en voz alta. En “El hilo azul” cada país casi casi tiene su melodía interna. Se ha dicho que mis poemas “fluyen con ritmos internos precisos, como si cada país tuviera su propia partitura emocional” y es cierto que busco eso: que el poema de Irlanda, por ejemplo, suene lírico y brumoso, que el de Italia suene vibrante y apasionado, etc. Mi formación musical se trasluce en el uso deliberado de aliteraciones, de pausas, de acentos internos; componía los poemas como quien compone pequeñas piezas musicales.
En suma, mi trayectoria multidisciplinar me ha dado una especie de lente única. Del psicólogo tomo la empatía y la profundidad de mirada; del músico, la atención al ritmo y a la belleza sonora; del escritor, obviamente, el amor al lenguaje y la estructura. No concibo estas facetas por separado. Cuando me siento a escribir un poema, están presentes el clínico que entiende de emociones, el músico que siente los compases y el ser humano que ha vivido y observado mucho. Todo ello en conjunto me ayuda a concebir una poesía que, espero, conecte mente, corazón y oído. Y quizá por eso lectores de distintos ámbitos encuentran algo en mis versos: porque nacen de la confluencia de varias vidas en una.
El libro incluye un epílogo visionario sobre los “Estados Unidos de Europa”. ¿Qué papel le atribuye usted a la literatura y al arte en la construcción de nuevos ideales políticos y sociales?
Respuesta: Le atribuyo un papel crucial. La literatura y el arte tienen la libertad de soñar lo que la política a veces no se atreve a imaginar. Pueden plantar semillas de ideales en la conciencia colectiva, dar forma sensible a aspiraciones que luego, con el tiempo, pueden inspirar cambios reales. En el caso específico de “El hilo azul”, el epílogo “Estados Unidos de Europa” es un buen ejemplo: es un poema que se atreve a imaginar un futuro de una Europa aún más unida, casi una federación, pero desde luego manteniendo su diversidad. Con ese poema quise precisamente invitar a no temer a las utopías, porque las utopías de hoy pueden ser las realidades de mañana. De hecho, en esos versos finales convoco a los pueblos europeos a “no temer la utopía y a construir juntos una federación de paz, justicia y humanidad”. Ahí la literatura está cumpliendo una función: la de proyectar un ideal político-social (una Europa unida, justa y solidaria) de manera emotiva, inspiradora.
La historia nos muestra que muchas transformaciones sociales empezaron en la imaginación de los creadores. Un Victor Hugo, por ejemplo, ya hablaba en el siglo XIX de unos “Estados Unidos de Europa” cuando esa idea sonaba descabellada. Los poetas de la Ilustración abonaron el terreno para las democracias modernas imaginando sociedades más libres e iguales. Pienso que el arte es un laboratorio de futuros: nos permite ensayar visiones de mundo, conmover al público con esas visiones, y así predisponer a la sociedad para el cambio. El arte llega donde no llegan los discursos técnicos, porque conecta con el lado humano, ético, emocional. En otras palabras, la literatura y el arte dotan de alma a los ideales políticos. Sin ese empuje de la imaginación y la belleza, los proyectos sociales se quedan cojos.
En mi caso concreto, me considero un intelectual comprometido que, a través de la poesía, sueña con utopías realizables. He imaginado un futuro federal europeo sin perder la diversidad que nos enriquece, porque creo que necesitamos objetivos grandes que nos ilusionen. La literatura puede mantener viva la llama de esos grandes ideales, recordarnos por qué importan. Es un faro y a la vez un motor: ilumina el camino hacia lo deseable y mueve los corazones para caminar hacia allí. Por eso, en la construcción de nuevos ideales políticos y sociales, siempre habrá poetas, novelistas, artistas, abriendo brecha, inspirando, dándole al ideal una forma sensible que la gente pueda sentir como propia.
La obra se plantea también como una herramienta educativa, cultural y diplomática. ¿Cómo imagina el potencial de la poesía en contextos escolares o incluso diplomáticos? ¿Tiene ya experiencias o proyectos en marcha en ese sentido?
Respuesta: Desde el principio concebí “El hilo azul” con una vocación triple: artística, educativa y diplomática. Así que me emociona mucho explorar esos caminos. En contextos escolares, me imagino al poemario siendo utilizado para acercar Europa a los jóvenes de una forma más viva y emocional. Por ejemplo, en clases de literatura o de historia, se podría leer el poema de un país antes de estudiar ese país, para despertar curiosidad y empatía. Cada poema puede ser una pequeña lección de historia y cultura envuelta en emoción: habla de las guerras y logros, de la identidad y los paisajes, pero de forma poética. Creo que eso podría ayudar a que los alumnos sientan Europa, no solo la estudien. He tenido ya contactos con docentes interesados en usar algunos de estos textos en el aula, y me entusiasma. Pienso en talleres donde los chicos lean un poema, lo analicen, investiguen las referencias (¿qué es la “Revolución Cantada” de Estonia, por ejemplo, ¿qué menciono en el poema?), e incluso se animen a escribir versos sobre su propia región o sobre lo que Europa significa para ellos. La poesía aquí se vuelve puente para el aprendizaje y el diálogo cultural.
En el terreno diplomático y cultural, veo un potencial enorme en la poesía para tender lazos. De hecho, “El hilo azul” se perfila como “una herramienta diplomática excepcional”, que trasciende lo literario y se convierte en “instrumento de diálogo intercultural y construcción de la identidad europea”. Puedo imaginar el libro presente en recepciones oficiales, en institutos culturales, en eventos de la Unión Europea, como una forma de humanizar el proyecto europeo. La poesía, al apelar a las emociones comunes, puede crear un clima distinto en esos contextos formales: no es el discurso habitual, sino algo que toca el corazón. Por ejemplo, ¿por qué no abrir una cumbre cultural europea con la lectura de un poema que celebre la diversidad del continente? Sería una manera poderosa de recordarnos a todos la esencia humana detrás de las políticas. En encuentros diplomáticos, un poema compartido puede generar empatía entre personas de países distintos, porque, como decíamos, la poesía trasciende fronteras idiomáticas y nacionales de una forma muy eficaz.
Tengo experiencias y proyectos en marcha. Aún estamos en los primeros pasos, pero ya hay indicios alentadores. La obra es reciente, pero hemos realizado presentaciones en foros culturales donde han asistido tanto educadores como diplomáticos, y la recepción ha sido muy positiva. Por ejemplo, en una presentación en una casa de la Unión Europea, se leyó el poema dedicado al país anfitrión y fue emocionante ver cómo los presentes –incluyendo funcionarios– conectaban con esos versos. Asimismo, algunos centros escolares han mostrado interés y estamos explorando la posibilidad de desarrollar materiales didácticos basados en “El hilo azul”. Tengo también en mente un proyecto para el Día de Europa: un recital multilingüe con fragmentos del libro en varios idiomas, para celebrar la unidad europea a través de la poesía. Son ideas que se están gestando. Mi sueño es que El hilo azul viaje por embajadas, colegios, universidades… que realmente cumpla esa función educativa, cultural y diplomática para la que fue pensado. La poesía tiene ese potencial de ser vehículo de comprensión mutua en contextos donde a veces la comunicación se vuelve protocolaria. Así que seguiré trabajando para que estos versos azules tiendan hilos por toda Europa, desde las aulas hasta los salones diplomáticos.
En sus poemas resuena tanto la memoria histórica como el anhelo de futuro. ¿Cuál cree que es la función de la poesía para reconciliar a los lectores con su pasado colectivo y ayudarles a proyectar esperanza hacia lo que viene?
Respuesta: La poesía puede ser un instrumento poderoso de reconciliación y esperanza. En mi concepción, un poema puede abrazar el pasado más doloroso y transformarlo en una lección, en un pilar para construir futuro. En “El hilo azul” quise practicar eso que llamo una poética de la reconciliación: las heridas históricas de Europa no se ocultan ni se endulzan, sino que se transforman en materia prima para una nueva estética de la esperanza y la unidad. Es decir, la poesía toma el dolor colectivo y lo resignifica, lo convierte en arte que no niega la tragedia, pero la integra como parte de una identidad más profunda. Creo que la función de la poesía es precisamente resignificar el pasado. Un verso puede hacer que una cicatriz deje de verse solo como cicatriz y pase a verse como símbolo de supervivencia o de aprendizaje. En mis poemas sobre Alemania, por ejemplo, hablo de la Segunda Guerra Mundial, del nazismo, del Holocausto… y digo: “Alemania no olvida, pero construye con las manos abiertas, el alma reciclada, y el arte en sus calles”. Ahí la idea es que la memoria dolorosa no desaparece, pero se convierte en motor de reconstrucción consciente, con el arte y la apertura como respuesta. Del mismo modo, de Polonia escribo que “camina con la frente ulcerada y la espalda erguida”, –una imagen de dignidad herida pero no vencida–, y digo: “Varsovia fue ceniza y ahora es testimonio”, mostrando cómo de la destrucción surge un testimonio vivo. La poesía, al hablar así, ayuda a reconciliarse con el pasado porque reconoce el dolor sin quedar prisionero de él. Transmite la idea de que sí, nos pasó esto tan terrible, pero aquí seguimos, y de la ceniza hemos levantado canto y memoria.
Al mismo tiempo, la poesía enciende una luz de futuro. Cada vez que en un poema convierto el sufrimiento en belleza, estoy insinuando que hay esperanza, que hay algo más allá del trauma. Pienso que esa es su otra gran función: proyectar un mañana distinto utilizando las lecciones del ayer. En “El hilo azul” hay imágenes muy claras de ello. Por ejemplo, digo de Berlín que “donde hubo un muro, hoy un lienzo colorido serpentea con grafitis de esperanza”. Es una manera poética de afirmar que de la división nació creatividad, que aquello que fue símbolo de odio ahora es símbolo de expresión y de arte popular. Mensajes así reconcilian (porque muestran que el pasado fue superado de alguna forma) y dan esperanza (porque implican que las heridas pueden sanar en algo hermoso). En el epílogo, llevando esto al plano europeo general, imagino “una sinfonía afinada donde cada nación sostuviera su nota sin desafinar al conjunto”. Esa metáfora musical dice: podemos armonizar nuestras diferencias y crear algo bello juntos en el futuro. Cada país aporta su nota, su recuerdo, su identidad, y entre todos componemos una concordia, sin que nadie pierda su esencia.
En resumen, la poesía reconcilia al recordarnos que nuestro pasado, con todos sus sufrimientos, puede convertirse en sabiduría y cultura. No idealiza el sufrimiento, pero tampoco lo ve como un lastre inútil: lo integra en un relato más amplio de resiliencia.
Y a la vez construye esperanza invitándonos a imaginar futuros donde esas heridas ya no duelan, sino que se hayan transformado en pilares de unión. Un buen verso puede tejer conexiones donde antes había rupturas, puede hallar música donde antes había ruido, y construir esperanza donde antes había desesperanza. Para mí, esa es una de las misiones más nobles de la poesía: sanar la memoria colectiva al nombrarla y sublimarla, y encender en el lector la idea de que, pese a todo lo sufrido, siempre hay un horizonte por el que vale la pena luchar.
Finalmente, ¿qué mensaje le gustaría transmitir a las personas jóvenes que están descubriendo la poesía o que aún no se atreven a acercarse a ella? ¿Qué les diría sobre la importancia de la palabra poética en nuestra vida y en nuestra sociedad?
Respuesta: Les diría, ante todo, que se animen, que la poesía es un territorio maravilloso por descubrir y que no muerde. A veces la han pintado como algo difícil o aburrido, y no es así: la poesía puede ser apasionante, rebelde, cercana, puede incluso ser divertida o consoladora. En esta era digital de prisas, multitarea y pantallas, leer o escribir poesía es casi un acto de resistencia saludable. Disfrutar de leer poemas profundos y reflexivos puede convertirse en un antídoto esencial ante la pérdida de la capacidad de interés y concentración que nos provoca la sobreexposición a lo inmediato. Un poema te obliga a frenar un poco, a sentir de verdad, a pensar más allá de 280 caracteres. Y créanme, vale la pena. Es como redescubrir el silencio en medio del ruido: al principio cuesta, pero luego tu mente y tu corazón te lo agradecen.
A los jóvenes les digo: la poesía no es un lujo de eruditos, es un derecho de todos.” Es un instrumento cargado de futuro”, parafraseando a uno de nuestros queridos y reconocidos poetas. Ustedes ya conviven con la poesía más de lo que creen: está en las letras de las canciones que escuchan, en esos pensamientos y emociones intensas que a veces no saben cómo expresar. La poesía es simplemente poner en palabras bellas y precisas lo que sentimos y observamos del mundo. Cuando uno se acerca a un poema con mente abierta, “abre la puerta a la contemplación y a la conexión con experiencias humanas profundas”. Puede que al principio alguna palabra cueste, pero pronto descubren que alguien quizás muy distinto a ti (otro país, otra época) sintió algo similar a lo que tú sientes y lo dejó escrito. Y esa es una conexión poderosa que te hace sentir menos solo, más humano.
La palabra poética es importante porque nos humaniza y nos une. En un tiempo donde todo es tan rápido y a veces superficial, la poesía nos invita a la profundidad, a hacernos preguntas, a empatizar con los demás. Nos da un lenguaje para lo que a veces parece inexpresable: el amor, el dolor, la injusticia, la esperanza. ¿Que si tiene relevancia en nuestra sociedad? Sin duda. La poesía ha sido la chispa de muchos cambios sociales (pienso en canciones-protesta que son poemas, en versos que acompañaron revoluciones pacíficas). Y a nivel personal, la poesía puede ser un refugio y a la vez un motor: un refugio donde encontrar consuelo y belleza, y un motor que impulsa a ver el mundo con ojos más sensibles y conscientes.
Así que mi mensaje para los jóvenes sería: denle una oportunidad a la poesía. No importa si empiezan con versos muy sencillos o con grandes clásicos, lo importante es la actitud: léanla con el corazón abierto. Dejen que les hable y verán cómo les devuelve algo. Y si se animan, escriban; la poesía propia ayuda a ordenar el caos interior. En nuestras vidas, la palabra poética puede ser ese hilo azul que nos conecta con los demás y con lo mejor de nosotros mismos. En nuestra sociedad, puede sembrar empatía donde hace falta, y belleza donde a veces escasea. Por todo ello, creo que descubrir la poesía –ya sea leyendo o escribiendo– puede ser transformador. Animo a que la exploren sin miedo, como quien hace un nuevo amigo: puede que ese amigo, la Poesía, los acompañe toda la vida.
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