LA LUZ QUE PERSISTE CUANDO TODO SE DERRUMBA
Crítica literaria de Himnos a Urlil, de Carlos Blanco
Ediciones Rilke, 2025
Título y autor
Himnos a Urlil es el último poemario de Carlos Alberto Blanco Pérez (Madrid, 1986), figura singular en el panorama intelectual español. Conocido principalmente por su trayectoria como filósofo, teólogo, egiptólogo y químico —fue considerado niño prodigio y posee un cociente intelectual de 160—, Blanco ha desarrollado paralelamente una obra poética menos visible pero igualmente ambiciosa. Entre sus publicaciones poéticas destacan Athanasius (2015), donde ya exploraba la fusión entre poesía y filosofía, y Belleza, utopía y existencia (2018), diálogos filosóficos sobre el papel de la belleza en la vida humana. Esta trayectoria previa revela la coherencia de un proyecto intelectual que busca reconciliar razón y emoción, pensamiento y lirismo, ciencia y misticismo.
Resumen
Himnos a Urlil es una peregrinación poética de más de cuatrocientas páginas que recorre los lugares más sagrados y bellos del planeta: desde el Monte Fuji al Taj Mahal, de la Acrópolis al Coliseo, del Kilimanjaro a Machu Picchu, de las pirámides egipcias a los moais de Isla de Pascua. Urlil, entidad metafísica que da título al libro, representa la luz primordial de la que emana toda belleza y todo impulso creador humano. El poemario se estructura como un viaje iniciático que avanza de Oriente a Occidente, siguiendo la trayectoria histórica de la civilización (“Ex Oriente Lux”), y culmina con himnos abstractos dedicados a la Historia, el Amor, la Creación y la Libertad. El tema obsesivo que vertebra el conjunto es la tensión entre la finitud humana y la eternidad del arte: mientras los imperios se derrumban y los individuos mueren, la belleza creada persiste como testimonio del anhelo metafísico de trascendencia.
Análisis de elementos literarios
Estructura
Blanco construye una arquitectura épica que recuerda más a las grandes cosmogonías medievales (Dante, Milton) que a la poesía lírica contemporánea. El libro carece de trama narrativa en sentido convencional, pero diseña una progresión conceptual rigurosa: desde lo concreto (monumentos específicos) hacia lo abstracto (principios universales), desde lo particular (un templo japonés) hacia lo total (el destino de la humanidad). Esta teleología optimista contrasta radicalmente con la fragmentación posmoderna dominante en la poesía actual.
Los “giros” argumentales se producen en los himnos reflexivos intercalados entre las secciones geográficas, donde el poeta toma distancia para meditar sobre el significado de lo contemplado. El “clímax” llega en los himnos finales, especialmente en el Himno a la Creación, donde Blanco revela que el acto creativo humano es la única respuesta legítima frente a la finitud. La conclusión —”Hasta que dejen de brillar las estrellas hay esperanza para la humanidad”— cierra el arco con afirmación esperanzada que reconcilia al lector con la existencia.
Estilo y lenguaje
Blanco recupera conscientemente el verso libre largo, el versículo salmódico, la dicción elevada y la sintaxis compleja que caracterizaron a los místicos españoles (San Juan de la Cruz, Fray Luis de León) y a los profetas bíblicos. Esta elección estilística resulta anacrónica y deliberadamente contracultural en un panorama donde predomina la voz coloquial, la ironía distanciadora y el minimalismo sintáctico.
Las técnicas más recurrentes incluyen:
Anáfora obsesiva: “Quiero venerar tu solemnidad milenaria. / Quiero rezar ante tus iconos. / Quiero admirar tu esplendor” — repeticiones que crean ritmo de letanía religiosa y transmiten fervor acumulativo.
Enumeración desbordante: Largas series de sustantivos y adjetivos yuxtapuestos sin conectores lógicos generan sensación de infinitud imposible de contener en el lenguaje. Como escribe ante Roma: “luz del arte / y el fulgor de la belleza / piedra y color, sonido y verdad, / finitud que trasciende / en la eternidad del símbolo.”
Encabalgamiento radical: Fragmentación de unidades sintácticas completas en múltiples versos breves que obliga a pausas meditativas: “Y tú, / luz eterna, / me despertaste a un nuevo amanecer, / y surcaste velozmente / los cielos de Asia.” Esta ralentización es premeditada: cada verso funciona como escalón ascendente hacia la revelación.
Interrogación retórica: El poeta interpela constantemente al lector, a los lugares, a Urlil, creando diálogo socrático que estimula reflexión filosófica: “¿Qué es el hombre / sino anhelo de permanencia?”
Sin embargo, el estilo presenta limitaciones evidentes. La homogeneidad tonal durante más de cuatrocientas páginas genera fatiga: todo se dice con la misma solemnidad profética, sin contrastes dinámicos, sin humor liberador, sin duda genuina. Los momentos de supuesta tensión dramática se resuelven demasiado rápidamente en afirmaciones tranquilizadoras. Falta el silencio, la pausa, el poema breve y desangelado que permita respirar. Blanco teme la ambigüedad como si fuera pecado capital.
Ambientación
El “escenario” del poemario es el mundo entero como museo sacralizado. Cada lugar —Estambul, Petra, Chartres, Iguazú— aparece depurado de su contingencia histórica concreta para convertirse en símbolo de lo eterno. No hay turistas sucios, comercio, contaminación, pobreza o violencia que profanen estos santuarios. Blanco practica idealización platónica sistemática: contempla las ideas de los lugares, no su materialidad empírica.
Esta estrategia tiene ventajas y peligros. Ventaja: al abstraer lo accidental, el poeta accede a dimensiones arquetípicas que resuenan universalmente. Peligro: al ignorar el contexto sociopolítico concreto, corre el riesgo de producir un turismo espiritual desencarnado, una postal mística que elude las preguntas incómodas sobre el colonialismo que permitió construir museos, la desigualdad que rodea estos monumentos, la apropiación cultural implícita en celebrar pirámides mayas sin mencionar el genocidio indígena.
Interpretación y juicio crítico
Interpretación
Himnos a Urlil es, en el fondo, un tratado teológico versificado sobre la permanencia de la belleza. Urlil funciona como sinécdoque del Absoluto neoplatónico: no es un dios personal que escucha plegarias, sino principio metafísico impersonal del que emanan todas las manifestaciones de lo bello. Cuando Blanco escribe “Guíame, / luz de Urlil, / antecesora de todos los orientes, / fulgor primigenio”, no reza a una divinidad sino que invoca un principio filosófico.
El libro desarrolla implícitamente una teodicea estética: si el tiempo destruye todo lo que amamos, ¿cómo justificar la existencia? La respuesta de Blanco es que el arte trasciende mediante simbolización: lo que desaparece materialmente permanece idealmente. “Derrítanse los imperios / como nieve fundida / en la mañana. / […] Mas el ideal que representas / permanezca por siempre / en la entraña de algún dios / que aún no conocemos.” El arte es inmortalidad proxy: no sobrevivimos individualmente, pero nuestra sed de belleza sí sobrevive en las obras.
Esta metafísica optimista contrasta radicalmente con el nihilismo predominante en la cultura contemporánea. Donde Beckett veía absurdo, Blanco ve sentido; donde Cioran predicaba el suicidio lógico, Blanco predica la creación como salvación. Su postura es deliberadamente pre-posmoderna: cree en verdades universales, en la existencia de lo sagrado, en la posibilidad de comunión mística a través de la belleza.
Juicio crítico
Originalidad: Paradójicamente, la originalidad de Blanco reside en su arcaísmo consciente. En un paisaje poético dominado por la voz urbana, desencantada e irónica, Himnos a Urlil recupera sin complejos el sublime romántico, la grandilocuencia mística y la ambición metafísica. Esta contracorriente resulta refrescante para lectores fatigados del cinismo posmoderno, pero corre el riesgo de parecer ingenuamente idealista para quienes consideran que tal optimismo ya no es defendible tras Auschwitz.
Coherencia: El libro presenta coherencia férrea, quizá excesiva. Todas las piezas encajan en un sistema filosófico perfectamente articulado donde no cabe la contradicción. Esta consistencia doctrinaria impresiona intelectualmente pero limita la vida emocional del texto. Los grandes místicos (San Juan, Santa Teresa) escribían desde la duda y la noche oscura; Blanco escribe desde la certeza iluminada. Su fe estética parece demasiado invulnerable.
Impacto emocional: Depende radicalmente de la disposición del lector. Quien se entregue al ritmo lento, meditativo y letánico del libro puede experimentar estados contemplativos genuinos, una especie de mindfulness poético. Quien lo lea con prisa o escepticismo lo encontrará repetitivo, monótono y sentencioso. No es un libro para lectura fragmentaria sino para inmersión total.
Contribución al género: Himnos a Urlil recupera el gran poema filosófico de largo aliento, tradición que incluye a Lucrecio, Dante, Milton, Wordsworth, Whitman, Saint-John Perse. En el panorama español contemporáneo, esta ambición totalizadora tiene pocos equivalentes: quizá Antonio Colinas con su Sepulcro en Tarquinia, quizá Claudio Rodríguez en sus momentos más visionarios. Blanco demuestra que aún es posible escribir poesía sublime sin caer en la parodia involuntaria, aunque el riesgo siempre acecha.
Contexto histórico y cultural
Himnos a Urlil se publica en 2025, momento de crisis civilizatoria multiforme: cambio climático, auge de nacionalismos, guerras tecnológicas, desigualdad extrema, nihilismo cultural. En este contexto, la apuesta de Blanco por un universalismo cosmopolita que celebra la diversidad cultural como expresión de un mismo anhelo metafísico resulta políticamente significativa. Frente al repliegue identitario, propone hermandad estética: japoneses, persas, griegos, mayas y egipcios cantan a la misma luz con vocabularios distintos.
Sin embargo, este universalismo bienintencionado ignora problemáticamente las asimetrías de poder que estructuran el acceso a la cultura. ¿Quién puede permitirse peregrinar poéticamente por el mundo? ¿Desde qué posición de privilegio occidental se contempla el Taj Mahal, Petra o Machu Picchu? Blanco no reflexiona sobre estas cuestiones, lo cual limita su propuesta universalista.
Históricamente, el libro dialoga con la tradición contemplativa española (místicos del Siglo de Oro, Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén) pero también con el idealismo alemán (Hölderlin, Novalis, Rilke) y el trascendentalismo norteamericano (Emerson, Whitman). Su referente más obvio es Rainer Maria Rilke, especialmente las Elegías de Duino, donde también se interroga sobre el destino humano y la función salvífica de la belleza. Como Rilke, Blanco cree que “lo bello es solo el comienzo de lo terrible que aún podemos soportar”.
Comparación con poetas del siglo XX
La relación de Blanco con la poesía española del siglo XX es ambivalente: admira a los místicos y simbolistas pero rechaza a los realistas sociales y a los posmodernos irónicos.
Con Juan Ramón Jiménez comparte la búsqueda de una “belleza exacta” depurada de ornamento superfluo y la convicción de que la poesía puede acceder a lo absoluto. Ambos practican idealismo platónico: contemplan esencias, no accidentes. Sin embargo, Juan Ramón evolucionó hacia un hermetismo cada vez más radical (Animal de fondo, Dios deseado y deseante); Blanco mantiene una transparencia conceptual mayor, quiere ser entendido.
Con Jorge Guillén comparte el optimismo existencial y la celebración del mundo como plenitud. Ambos escriben poesía afirmativa que dice “sí” a la existencia. Pero Guillén practicaba una precisión casi matemática, una concisión aforística; Blanco se extiende en versículos largos y repetitivos.
Con Vicente Aleixandre (Nobel 1977) comparte la ambición cósmica, el impulso totalizador, la fusión panteísta con la naturaleza. Los versos de Aleixandre “Cuerpo feliz que fluye entre mis manos, / rostro amado donde contemplo el mundo” resuenan en la celebración blanciana de la belleza corporeizada en monumentos. Sin embargo, Aleixandre desarrolló una sensualidad telúrica más carnal; Blanco permanece más abstracto, menos erótico.
La diferencia más nítida es con Luis García Montero y la “poesía de la experiencia” que dominó los años 80-90. Donde Montero cultiva la voz conversacional, el prosaísmo elegante y la introspección irónica, Blanco practica la voz profética, el sublime y la certeza mística. Representan opciones estéticas incompatibles: Montero es el poeta de interiores urbanos, Blanco de catedrales y desiertos.
Respecto a la “poesía metafísica” española (Antonio Gamoneda, Clara Janés, Chantal Maillard), Blanco comparte la inquietud por lo transcendente pero difiere en tono: los metafísicos contemporáneos escriben desde la perplejidad y el silencio; Blanco desde la afirmación y la elocuencia.
Opinión personal y recomendación
Himnos a Urlil es un libro admirable y exasperante a partes iguales. Admirable por su ambición desmesurada, por su coherencia filosófica, por su valentía al recuperar registros considerados obsoletos. Exasperante por su longitud innecesaria, por su falta de autocrítica, por su tendencia al sermón. Es, en definitiva, un libro profundamente sincero que cree sin fisuras en lo que predica, y esa sinceridad resulta conmovedora incluso cuando el estilo falla.
Los mejores momentos son aquellos donde Blanco logra fusionar pensamiento y emoción sin que se note la costura, donde la reflexión filosófica se disuelve en imagen sensorial potente. Por ejemplo, ante el Coliseo: “El tiempo engulle / lo que el hombre erige / con pasión y entrega; / pero no a ti, / Roma, / porque el símbolo perdura / en las fuentes de la vida, / eternas y luminosas / como el firmamento.” Aquí, la metáfora del tiempo-devorador y la afirmación del símbolo-eterno se integran orgánicamente.
Los momentos más débiles son aquellos donde el discurso se vuelve explícitamente doctrinal, donde el poeta abandona la sugerencia por la tesis. Blanco confía demasiado en la acumulación cuantitativa: cree que repetir la misma idea desde cincuenta ángulos distintos la profundizará, cuando a menudo solo la diluye.
Recomendación: Este libro interesará a tres tipos de lectores. Primero, quienes buscan poesía metafísica seria que dialogue con las grandes preguntas existenciales sin frivolidad posmoderna. Segundo, viajeros contemplativos que han experimentado asombro ante monumentos y paisajes y quieren ver esa experiencia verbalizada. Tercero, lectores interesados en el diálogo entre filosofía y poesía, razón y emoción, ciencia y misticismo.
No lo recomendaría a quienes prefieren poesía minimalista, voz confesional íntima, ironía contemporánea o compromiso político explícito. Tampoco a quienes buscan experimentación formal: Blanco es conservador en técnica aunque revolucionario en contenido.
Conclusión
Himnos a Urlil es un libro necesario precisamente porque resulta anacrónico. En una época que ha renunciado a las grandes narrativas, Blanco propone una cosmovisión totalizadora. En una cultura del fragmento y el meme, ofrece un poema-mundo de cuatrocientas páginas. En tiempos de nihilismo, predica esperanza. En la era del cinismo, practica sinceridad mística sin distancia irónica.
Su mayor virtud es demostrar que aún es posible escribir poesía sublime en el siglo XXI sin caer en el kitsch involuntario. Su mayor limitación es la falta de matices: todo se dice con la misma intensidad profética, sin claroscuros, sin duda. Blanco necesita aprender de Rilke no solo la afirmación sino también la perplejidad, no solo el júbilo sino también la angustia.
Como primer volumen de una obra poética en construcción, Himnos a Urlil establece con claridad meridiana el territorio que Blanco quiere habitar: el de la poesía filosófica de largo aliento, la mística secular, el idealismo estético. Queda por ver si en futuros libros logrará incorporar las sombras que aquí brillan por su ausencia. Porque la luz solo resplandece plenamente cuando conoce la oscuridad que la amenaza. Y aunque Blanco habla constantemente de la finitud, aún no la ha hecho sangrar en sus versos. Cuando lo logre, podría escribir el libro definitivo que aquí apenas se anuncia.
Cita representativa:
“Hasta que dejen de brillar las estrellas
hay esperanza para la humanidad,
y mientras el corazón lata
con la melodía sagrada
de la creación y el amor,
el espíritu humano
no perecerá
en el vacío de lo inexistente.”




