ENTREVISTA A KEPA FERNÁNDEZ DE LARRINOA
Con motivo de la publicación de “Estos Ojos Afilados” (Ediciones Rilke)
- Kepa, “Estos Ojos Afilados” se estructura como una sinfonía en cuatro movimientos, desde la profecía de Jácome hasta la reflexión neurocientífica final. ¿Cómo concebiste esta arquitectura tan particular y qué te llevó a pensar el poemario como una experiencia total rather que como poemas independientes?
El poemario nace de un registro donde he venido recogiendo, casi a diario, imágenes y pensamientos en torno a la mente y el cuerpo de dos personas en estado de quebranto. Dialogo calladamente conmigo y con un interlocutor ausente sobre la intensidad del sentimiento que alguien entrega al mundo al cruzar la antesala de una muerte anunciada antes de tiempo.
El registro está repartido entre varias libretas repletas de frases escabrosas e interrogaciones elípticas, pura consecuencia de una exploración interna donde abruman tanto los silencios profundos y las notas graves como las miradas calmas. Estos ojos afilados parte de este registro, de su sustrato. Y condensa, como digo, iconografías y sentidos del yo captados y anotados en soliloquios personales, también en monólogos frente a sillas vacías cuyas sombras escuchan e interpelan, también en frontones imaginarios, frontones cuyas paredes acaban por revolverse hacia voces y ecos desengañados.
En Estos ojos afilados primero fue la construcción poética de Emma. No obstante, el ser literario de Jácome es inmediato y asimismo consustancial al de Emma. Ambos emanan de un mismo soplo existencial: dos personas se conocen, comparten un extenso momento, pero se saben incrédulos ante un fin inminente; deciden despedirse al compás de un baile extraño y delicado. Se despiden desconociendo si bien se agotarán molecularmente en su danza, o si juntos acaso alumbrarán un portal de recóndita conciencia.
- Jácome y Emma son las figuras centrales de tu obra, casi como arquetipos universales. ¿De dónde surgen estos personajes? ¿Hay algo autobiográfico en ellos o representan más bien estados de conciencia que todos compartimos?
Emma y Jácome han llegado a Estos ojos afilados destilando, de un lado, etimologías de remotas onomásticas y, de otro, aflicción. Emma, en su raíz germánica, significa «entera», «universal», «grande», «fuerza». Emma es, pues, una mujer de gran entereza. Sobre todo, una mujer asociada a lo absoluto. Mi oído vasco-oyente escucha la vibración de otra raíz, ema-, en euskara sonido detonante de la idea de feminidad. Emma aglutina reminiscencias de arquetipos como estos. Pero al mismo tiempo, la carga lírica del poema se suelta, se eleva y se sostiene vis à vis un recuerdo personal cuya resonancia, Amaia/I, ya vibra según se abre el libro. Rubrica un sentido de finitud e igualmente de elevación. De hecho, Amaia/I antecede a la propia escritura del poemario.
El vocablo Jácome se tropieza con los significados «sostener», «aguantar», y también «suplantar». Señala al protegido por Dios, a aquel a quien Yahveh está dispuesto a recompensar. Sin embargo, en el libro del Génesis, donde se le dice Jacob, le persigue una sombra de impostura. En Estos ojos afilados Jácome es una alma en busca de una inscripción, un hijo sin padre que le cobije, un caminante sin posada, la encarnación trágica del judío errante, el desgarro de aquel peregrino medieval al que se le heló la sangre al descifrar bajo las piedras compostelanas los restos de un condenado por herejía. Jácome ha perdido el aliento pues ha conocido una verdad despiadada.
Emma y Jácome son, al unísono, seres ecuménicos y míos particulares.
- La tercera sección incorpora elementos del Ankoku Butō, el teatro de la oscuridad japonés. Esto es bastante inusual en la poesía española contemporánea. ¿Qué te atrajo de esta forma artística y cómo crees que puede funcionar para un lector que no esté familiarizado con estas tradiciones?
Ankoku Butō arraiga tras la hecatombe de Hiroshima y Nagasaki, parte del trauma de las cenizas esparcidas sobre el rostro y la piel de cuerpos previamente abrasados. Se agarra a formas teatrales japonesas de corte ritual, pero su sentido es moderno. Confronta un trauma. Un instigador inicial de esta danza, Kazuo Ohno, dijo: «lo mejor que alguien puede decirme es que viendo mi actuación lloró. No es importante que entiendan lo que hago; quizás sea mejor que no lo entiendan, sino que simplemente respondan al baile».
Sobre Estos ojos afilados acecha un hecho traumático. Los ojos heridos de Emma se funden con los ojos cansados de Jácome en una danza quebradiza: bailan cuerpos cenicientos, gestos torpes, movimientos sentidos, repetitivos, cuasiancianos; baila esa mujer a quien una enfermedad (tan despiadada e inverosímil como lo fueron las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki), rompió su epidermis y encerró en un hospital; baila un confundido y dislocado sobreviviente. Obvian la pesadilla que soportan en sus adentros.
Es una composición literaria escrita a modo de trama escénica, un libreto en busca de danzantes capaces de expresar con sus cuerpos lo que un día mis palabras no alcanzaron a decir, aquello que no me atreví a pronunciar. Son palabras para la expansión de una oscura dramaturgia visual presta a redimir castigos y pesadillas (de la corteza cutánea) redundantes y, salvando las distancias, análogos a los vertidos por el escritor japonés Kôbô Abe en obras como, por ejemplo, El rostro ajeno, La mujer de arena, El mapa calcinado. Hago mía una respuesta cultural modelada a imagen y semejanza de una tragedia humana escalofriante. Ankoku Butō no es extravagancia ni capricho estético, sino introspección personal en el dolor, palabras para un drama que bien pudiera llevar por título Esta carne desgarrada.
En el poemario Las aristas paganas del último devoto (2023) escribí estas líneas:
Absorbo la herida penitente de la vida restante, trituro el fuego inmisericorde contra el cual protesto desde entonces. Elogio la zozobra esculpida en danza.
Cadáveres danzantes.
[…] temblando ante el espanto de la intriga molecular, un terco Butoh, mío, penetra en el subsuelo, se inclina ante el mundo sumergido, pues expresión es de la experiencia interna del caos, del miedo, del desastre; pues un bajo cuerpo es. Un bajo cuerpo para un bajo mundo. Y ambos trenzan, palmo a palmo, los roces del silencio. Tiemblan juntos, cariñosos, reconciliados.
Butoh y yo en un taller de teatro.
Cuerpos delgados y enmascarados,
engalanados, de polvo cenizo
sobre la tez abrasada del tronco desprevenido,
a conciencia,
traicioneramente perseguido. Bailo contigo
y, al tiempo que bailo contigo, suenan
muy adentro las líneas fúnebres del prófugo
poeta:
«Vendrá la muerte y tendrá tus ojos»
- Tu formación antropológica es evidente en el tratamiento ritual y ceremonial que das al lenguaje. ¿Cómo influye tu mirada antropológica en tu escritura poética? ¿Ves la poesía como una forma de ritual contemporáneo?
Me siento atraído al hechizo de la primera abstracción, al despertar de la conciencia humana, y me pregunto qué tipo de arqueología cognitiva permitiría llegar a ella. En algún momento hubo un primer conjunto de sonidos, imágenes y kinésikas con significación humana y me pregunto cuál fue aquella metáfora, primera, acompañante de un primer ser consciente de serlo. Aquel primer instante de aquel primer hombre que de pronto se reconoció enmarañado, por primera vez, entre tropos lingüísticos fue, sin duda, el primer instante poético, el big bang de la consciencia. Un instante único y, por ello, irrepetible. Como el llanto prorrumpido al nacer.
Veo la poesía como la búsqueda de un nuevo encuentro con el desconcierto y la confusión que —intuyo— siguieron a la inocencia perdida tras aquel acto, primigenio y fundacional. Y veo al poeta como un cuidadoso intérprete de dicha pérdida de inocencia. Veo, pues, en la poesía una liturgia cuyos celebrantes se reconocen en la fragilidad de la naturaleza humana frente a las fuerzas del cosmos.
Efectivamente, se advierte en mí una predisposición hacia una antropología de la poética humana, que no es sino una antropología del asombro, de la vulnerabilidad y del miedo que, como menudencia biológica incrustada que somos en el conjunto orgánico del universo, sentidamente escondemos en nuestro interior. Pero también es una poética del valor que, como especie homo sapiens, decididamente asomamos al reconocernos en un cuerpo finito, aunque también somos capaces de ayudarnos y cuidarnos hasta el término de la travesía. En este punto, ritualidad y poética son inseparables y, en consecuencia, la escritura de Estos ojos afilados acontece a modo de acto ritual de reencuentro metafísico con el inicio y el final de la consciencia humana.
Ahora bien, y con esto entro en la segunda parte de la pregunta, en la sociedad contemporánea se sufre de un exagerado hedonismo consumista, de la misma manera que el mundo en su conjunto sobrelleva como puede el peso de una omnipresente estética comercial. Vivimos en tiempos de industrias culturales y capitalismo artístico. Vivimos enfermos de cosmética ornamental, postureo espiritual y fármaco cultural. En la sociedad contemporánea sucede aquello que dijo Rodolfo Kusch: obramos atados a una idea de «ser alguien» aclimatada, ya de raíz, al «pensamiento del mercader».
Una sociedad enfermiza como la nuestra precisa poesía que conjure esta concepción plana de la realidad, que conjure esta sociedad falaz, repleta de tecnologías espías y mercenarias. Necesita de manos y piedras golpeando en el pedernal de la arbitrariedad lingüística. Necesita de manos, ocres y carbones causantes de pensamientos empáticos e imágenes multidimensionales. Necesita dotarse —y aquí me apoyo en la magia explicativa del físico Roger Penrose— de «conos de luz» poéticos con que cruzar con palabras la conexión entre futuros y pasados lejanos, entre infinitos y finitos temporales, espaciales y luminosos.
La poesía contemporánea esculpe un ritual de su tiempo cuando viaja al origen de la palabra, a la vibración cerebral del sonido, al arranque de la representación gráfica, cuando atravesando glosolalias y disartías llega al primer llanto y balbuceo de quien la escucha y lee. La poesía contemporánea esculpe un ritual de su tiempo cuando viaja -como Alicia lo hizo- al país de las maravillas o -como Artaud- al de los Tarahumaras.
- Hay un momento en el poemario donde escribes “repugno el yo”, una declaración bastante radical. ¿Crees que la poesía actual está demasiado centrada en la subjetividad y necesitamos explorar otros territorios expresivos?
Repugno el yo llega luego de una concatenación de repugnancias gramaticales cuya asociación juzgo sintagmática, esto es, en una relación de continuidad por proximidad sintáctica o lineal. De acuerdo con lo dicho arriba, la frase sentencia una firme aversión a la pretensión de «ser alguien», a la centralidad del sujeto en la composición de las oraciones y sus significados, así como la autoconcedida prerrogativa para imponer orden, el suyo, en el mundo, Repudia la soberanía del yo en cuanto sinónimo de un «ser» concreto y de un «individuo» corpóreo dotado de mando. Apela a su desintegración y conversión en un yo conceptual, abstracto, aglutinante, universal, transcendente, portador de un sentido cosmogónico de la existencia, como cuando en el poemario se lee:
Un hombre
un niño
siempre ambos
Pero eres tú solo uno
Ambos son él
y él eres tú
Ocurre que él explota fascinado
roto y despegado
Ocurre que eres partícula de grueso grano incautada
al espacio
En cualquier caso, la cuestión de si la poesía actual está demasiado centrada en la subjetividad invita a que recordemos a Juan Larrea cuando apeló a descosernos del yo subjetivo para recomponernos en una conciencia colectiva ajena al canon filosófico de la razón y, en consecuencia, de la Historia. El profesor José Luis Abellán lo denominó pensamiento delirante, en el sentido de filosofía poética (irracional). Pudiera ser que este «repugno el yo» del poemario apuntase a ese tipo de gramática irracional subyacente en pensamientos filosóficos delirantes como el de Larrea y otros transterrados.
- El lenguaje de “Estos Ojos Afilados” es deliberadamente hermético y desafiante. En un momento en que se habla mucho de hacer la cultura más accesible, ¿cuál es tu posición? ¿Debe la poesía adaptarse a los tiempos o mantener su complejidad?
En las sociedades que los antropólogos de finales del siglo XIX y principios del XX denominaron primitivas, si bien su tecnología presentaba a todas luces un carácter rudimentario, sus modos de conceptualizar las relaciones sociales y simbolizar su conexión con la naturaleza y el espacio eran extremadamente complejos. En contraste, quienes vivimos en sociedades occidentales u occidentalizadas estamos en una situación en que la ruptura de los límites del desarrollo tecnológico se ha convertido en un hecho cotidiano y redundante. Con ello, los estilos de vida se han simplificado y homogeneizado. También la capacidad de pensar, memorizar y reflexionar por uno mismo. En nuestros días abunda la evidencia de que apostamos por la simplificación, singularmente en el espacio de la comunicación humana. Esto, por un lado.
Por otro, el mundo de hoy es tecno-visual, tecno-escrito y tecno-oral, muy computacional. La comunicación y difusión de información entre personas funciona a golpe de botón, un botón que portamos en nuestro bolsillo. Estamos a la espera de que ese botón se implante en algún lugar del cerebro y así «conectarnos a un nuevo mundo», que ya no es un continente geográfico, sino una nube que todo lo cubre y empapa y, claro está, no deja ver más allá. Lo mismo ocurre con la inteligencia artificial, una máquina creada para, entre otras cosas, originar o producir (literatura, pintura, ensayos científicos, etc.), conversar y tomar decisiones por nosotros.
Otra cuestión. Hubo un momento, no hace tanto, en que la lengua escrita se erigió como autoridad suprema. Se levantó todo un sistema de aprendizaje y conocimiento «escolar» de la realidad que relegó la palabra dicha a la periferia de las jerarquías del conocimiento y de las prácticas sociales. La palabra hablada, entonada, cantada, interpretada, pasaron a un segundo plano. Lo mismo el lenguaje del cuerpo en movimiento desplazándose por el espacio. En cualquier caso, sitos en el centro o en la periferia del universo cultural, los lenguajes oral, corporal y escrito están sujetos a reglas, a códigos comunicativos cuyo dominio requiere aplicación, esfuerzo y dedicación específica.
Sin embargo, recorremos en la actualidad caminos hacia un mundo de conocimientos prêt-à-porter donde pensar y sentir apenas requiera esfuerzo reflexivo. Basta simplemente dinero para comprarlo: un mundo donde todo llegue dado, decidido de antemano, accesible pulsando una tecla o guiñando un ojo. En otras palabras, un mundo de absoluto confort y candidez. Una nueva tierra prometida, diseñada a imagen y semejanza del paraíso (económico) soñado desde el tecnoliberalismo.
Digamos también que hemos conocido un arte occidental centrado en la especialización por géneros. Pongamos por caso que los poemas son canción si son cantados; teatro, si dramatizados; y propiamente poesía si están escritos y publicados en un libro. Es una compartimentación en proceso de disolución, al menos así se aprecia en formas de expresión artística como performance, instalación, happening, arte conceptual… En estas las palabras, las imágenes, los movimientos, los objetos y las nuevas tecnologías digitales se combinan formulando collages de oralidad, escrituralidad, museografía, artes escénicas y visuales, pictóricas, escultóricas…. Salvo por el peso del componente tecnológico y su dimensión profana, parece como si este ensamblaje de generosa variedad de artes creativas gravitara en torno a un regreso imaginativo a la plasticidad de aquellas ceremonias rituales y litúrgicas conducidas por samanes y sacerdotes de otros tiempos. Sea como fuere, el arte actual se apoya en magias de nuevo cuño, como son las del progreso y las del desarrollo tecnológico. Se ha expandido una poesía de raíz tecnológica que, lejos del papel escrito y la voz presencial, se afianza en pantallas y dispositivos mecánicos, en eso a lo que en los tiempos que corren se nombra con el palabro -referido arriba- escrituralidad.
Centrándonos en la poesía escrita, divulgada y leída en libros, que es el caso de Estos ojos afilados y la colección a la que pertenece, el asunto es que la comunión humana está sujeta a reglas preestablecidas y acordadas de antemano. La expresión poética, si bien implica una ruptura de las convenciones del habla cotidiana, también implica el seguimiento de las suyas propias: cadencia, sonoridad, etc. Luego están las conceptuales. Como dicen los matemáticos de sus ecuaciones, el poeta se compromete a descubrir ante sí y ante un lector una realidad bella e inesperada. Escritor y lector se aventuran en un ejercicio de intuición y comprensión. No hay aventura poética sin esfuerzo comprensivo.
- Tu trayectoria incluye premios importantes como el Gabriel Aresti y has transitado entre el euskera y el castellano. ¿Cómo vives esa experiencia bilingüe en tu escritura? ¿Sientes que cada lengua te permite explorar territorios emocionales diferentes?
Las lenguas tienen un punto de cobijo y amparo frente a los avatares del mundo, así como tienen otro de atrevida orientación a su eventual conquista. Cualquiera de ellas, según las circunstancias del momento, puede llegar a adquirir una apariencia de hospedaje y consuelo emocional y en otros tomar el aspecto de punta de lanza y correría. Yo, en mi caso, busco en la lengua poética un lugar de asilo desde donde exponerme al mundo. Escribir en una de estas lenguas en detrimento de la otra representa en mí un acto personal de destierro cultural, un episodio de enajenación expresiva, incluso identitaria. Instala en mí experiencias de discontinuidad y de exilio intelectual. Entre estas lenguas, en cierta forma, personifico tránsitos de expatriado y de hijo pródigo entre sentimientos y emociones. Una duplicidad sobre la que habrá quien vea, en uno y otro lado, sombras de intrusismo, si no de impostura, traición o infidelidad. Ante el espejo del lenguaje me veo en un estado de constante extrañamiento.
- La muerte y la finitud son temas centrales en el poemario, pero tratados desde una perspectiva muy particular. ¿Qué piensas del papel de la poesía como espacio para pensar estas cuestiones fundamentales en una sociedad que tiende a evitarlas?
La muerte de una persona cercana conlleva un desajuste terrible en el interior de uno y del átomo social de pertenencia. Infinitamente más agudo es el desajuste cuando la muerte se presenta mucho antes de lo esperado. Yo llevo cuatro años preguntándome por los últimos metros andados, las últimas palabras dichas, la última mirada sucedida entre dos personas durante sus últimos minutos compartidos. La poesía me ha proporcionado un lugar donde pensar y repensar sobre un recuerdo de «nosotros dos en este instante final». Asimismo, me ha permitido acceder a un lugar y un momento donde urdir un nuevo vínculo: un nuevo nosotros. Me he sumido en una aespacialidad y una atemporalidad donde imaginar un nosotros que ya no es exclusivo de dos, sino de más.
El siglo XXI se caracteriza por el desarraigo, por evidenciar un acusado déficit de sentido comunitario (también de sentido común, dicho sea entre paréntesis). Sin embargo, abundan las búsquedas compulsivas de experiencias comunitarias donde descubrir un sentido de transcendencia. No obstante, a menudo tal búsqueda no va más más allá del terreno de la celebridad publicitaria o el consumo de vivencias individuales en torno a eventos culturales de masas. Sucede que la búsqueda se queda en entusiasmo huero, mero frenesí y arrebato, tan alborotados como superficiales.
Emile Cioran, campeón del desapego a la vida, escribió que el lirismo es una expresión bárbara cuyo valor recae en su esencia de sangre, sinceridad y llamas. También, que uno se vuelve auténticamente lírico a resultas de una inmensa conmoción, esto es, como consecuencia de un desequilibrio vital. La sociedad actual mira a la muerte desde la distancia de los saberes de la ciencia médica y la química y prospectos de los laboratorios farmacológicos.
Pero la poesía es el vehículo natural para hablar de la muerte. Y ello porque la poesía es un asunto humano consistente en la elaboración cultural de un fármaco anímico: cuando nuestro sistema nervioso pierde estabilidad interna -en esto sigo a Cioran- el sistema reacciona provocando la emergencia de un estado de conciencia lírica, de agitación e irracionalidad cercana a la locura. Tanatos -la muerte, o la enfermedad portadora de muerte eminente- es el gran acontecimiento acarreador de desajuste. Como también lo es el amor irracional de Cupido. Según Freud, Eros y Tanatos son, respectivamente, las pulsiones de vida y muerte de la psiquis humana. La poesía es un laboratorio de la psique (entendida esta en su sentido etimológico: alma, hálito o aliento que el ser humano absorbe en el interior de su cuerpo justo en el momento de su alumbramiento). Así, cuando el metro de la vida extravia su medida o presiente su cesura, instantáneamente surge la métrica poética.
Eludimos hablar de la muerte (por tanto, rehuimos de la poesía) recurriendo al lenguaje médico. Nos escondemos de ella entre botes de vitaminas y minerales y sesiones de gimnasio. Nos acogemos a imágenes de eterna juventud para evadirnos de la idea de vejez o cancelarla. La poesía es consustancial a la conciencia humana de la muerte. Hoy nos empeñamos en suprimirla. Un empeño quimérico.
- Vivimos en una época de inmediatez digital, de lecturas fragmentadas, de atención dispersa. ¿Crees que hay espacio para una poesía como la tuya, que exige tiempo, concentración, relectura? ¿Cómo ves el futuro de la poesía en este contexto?
La poesía debe mantenerse fiel a sí misma, fiel a su esencia. Esta no es otra sino el acoplamiento de dos extrañamientos: el extrañamiento del yo en el lenguaje y el extrañamiento del lenguaje en el yo. No entiendo, el teatro, el arte o la poesía como pasatiempo o actividad cultural de ocio, sino como choque y contienda, como acción reflexiva y ética frente a un reto enorme: el de vivir y convivir individualmente y en grupo con los vivos, con los muertos y con los que lleguen a sustituirnos. Mientras haya condición humana habrá poesía.
- Para terminar, si tuvieras que convencer a alguien que dice “la poesía no es para mí” de que se acerque a “Estos Ojos Afilados”, ¿qué le dirías? ¿Hay una puerta de entrada que recomendarías especialmente?
Propondría al presunto lector del libro que lo leyera solo con el fin de responder a una única pregunta: ¿cuánto advierte usted en el poemario de muerte, ausencia y vacío y cuánto de amor, mimo, candor, abrazo, presencia y sentido vivificante?
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