ENTREVISTA A ADRIANA I. GORDILLO
Con motivo de la publicación de El tiempo al revés
Entre el hilo y la eternidad: un diálogo con los pliegues del tiempo
Imagina por un instante que las palabras fuesen agujas cósmicas y cada poema, un ovillo de luz capaz de tejer puentes entre el latido de una cafetera en Minnesota y el suspiro de una nebulosa recién nacida. Esta entrevista que ahora desplegamos ante ti no es simplemente un cuestionario: es una invitación a deambular por los pasadizos secretos de una mente que convierte el acto de regar plantas en una ceremonia astral, y el frío de Minneapolis en un lenguaje universal.
Adriana I. Gordillo nos abre las puertas de su relojería poética, ese taller íntimo donde los segundos se deshilan en versos y las horas adoptan la forma de haikus rebeldes. A través de estas preguntas que navegan entre la costura doméstica y la física cuántica, descubriremos cómo se teje el mantel de un poemario que sirve café con polvo de estrellas y escribe ecuaciones con hilos de nostalgia.
Prepárate para un diálogo que huele a tela recién planchada y a ecuaciones gravitacionales, donde cada respuesta promete ser un mapa estelar cosido con la delicadeza de quien sabe que la poesía verdadera habita tanto en los agujeros negros como en las costuras de un vestido olvidado. Entre estas líneas laten las preguntas que el viento invernal susurra a las raíces de los arces, las mismas que las olas del Golfo de México llevan décadas tallando en piedras lunares.
¿Listo para perderte (y encontrarte) en este laberinto de tiempos superpuestos donde hasta el silencio tiene textura de verso?
P.- El poemario se estructura como un diálogo entre lo doméstico y lo cósmico. ¿Cómo surgió la idea de entrelazar costura, astrofísica y memoria en una misma obra?
Creo que fue surgiendo como una colcha de retazos, con pedacitos de una idea aquí y otra allá, sin embargo, hay tres líneas principales que articulan el poemario: 1) el espacio-tiempo, 2) la memoria y 3) la naturaleza.
Me encantan la mitología, lo fantástico y la ciencia ficción. Disfruto mucho viendo programas sobre astronomía con mi esposo. Nos divierte hablar sobre estos programas, pero lo hacemos desde puntos de vista muy distintos: él desde la ciencia (matemática-física), yo desde la imaginación. Mientras escucho sus explicaciones de los aspectos científicos del programa que vemos, mi mente divaga, hago las preguntas más absurdas e invento historias que desbordan la razón, así que creo que el mejor lugar para dar salida a mis ideas es el espacio de la imaginación.
Mi pregrado es en Historia, y me gusta la literatura que juega con el tiempo, como las obras de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar o Carlos Fuentes y, de obras más recientes, las de Carlos Mario Mejía Suárez, un autor colombiano maravilloso. Esto, imagino, también se conecta con mi interés por el tiempo a gran escala, pero también por la historia de la vida cotidiana. Por ejemplo, me divierte observar los detalles que marcan mi vida diaria: los animalitos que viven cerca de mi casa, el cambio de estaciones y cómo éstas me afectan, además de los recuerdos de mi familia y mi país que cada día parecen más difusos y más presentes a la misma vez.
Esos recuerdos familiares viven conmigo y se aparecen con frecuencia en mis poemas. Crecí rodeada de mujeres cuya vida giraba en torno al mundo textil: mi abuela sostuvo a su familia con el trabajo de su máquina de coser, mi mamá vendió telas hasta hace pocos años, y la tía con quien crecí es una artista de medios mixtos que hace unas pinturas en tela preciosas. Hoy en día, al recordar a mi familia en Colombia, pienso en el universo de la costura, en los espacios de la abuela y en las mujeres que me impulsaron a crecer. Todo esto se mezcló y dio vida a los poemas de El tiempo al revés.
p.- En Pedacitos de tiempo hay un homenaje a las herencias femeninas a través de agujas e hilos. ¿Cómo se tejió esa conexión entre arte textil y escritura poética?
El poema Pedacitos de tiempo surgió un verano cuando regaba las plantas de mi casa y recordaba a mi abuela, su casa llena de flores y mi tiempo con ella. Pensé en cuan diferentes han sido nuestras vidas; en cómo ella vivió una migración forzada en los años 60 en Colombia mientras que yo decidí dejar mi país en 2004 para continuar estudiando.
Yo no aprendí a coser a pesar de todo el tiempo que viví con mi abuela. Para ella, la costura era el medio de sobrevivencia, el oficio que le permitió sacar a su familia adelante y darles una educación a sus hijos. Ese día de verano recordando a mi abuela pensé en las herramientas tan distintas de nuestro trabajo: ella, la costura, yo, la enseñanza, la literatura, la lengua, y me pregunté: “¿Cómo puedo hilar el tiempo de mi abuela y el mío? ¿Cómo se teje el universo, el grande y el chiquito? ¿Cómo puedo darle vida a mi memoria para reencontrarme hoy con mi historia, la individual y la colectiva?
Creo que mis hilos son a veces palabras, a veces objetos, unidos por sonidos o imágenes, y por los vacíos que evocan algún recuerdo o algún sentido. Allí, en ese espacio de la memoria de mi abuela y en la historia de mis países–el que me vio nacer y el que me ha acogido por casi la mitad de mi vida–se afianzó la conciencia sobre la escritura y el arte como los hilos con los que más cómodamente tejo y doy salida a mis emociones.
P.- Los haikus conviven con poemas extensos de versos libres. ¿Qué desafíos plantea alternar estructuras tan contrastantes para construir un ritmo emocional?
Los poemas surgieron en un orden distinto al que tienen en el libro. Hay poemas de hace muchos años conviviendo con poemas nuevos y, como mencionas, haikus, y poemas breves y extensos de verso libre; así que el desafío principal fue el proceso de organización para darle al poemario una forma coherente.
Quise que el libro fuera como una respiración, como las olas del mar, para enfatizar el fuerte contenido de la naturaleza y el espacio-tiempo como algo que se contrae y expande. Me gustó la idea de empezar y terminar con los poemas sobre el tiempo para apelar a una temporalidad mítica, a un tiempo circular y así conectar el poemario con la experiencia del movimiento concéntrico y de la memoria. Creo que fue esa conciencia de la estructura del poemario como un vaivén lo que me ayudó a organizar los poemas para construir el ritmo emocional del que hablas.
P.- La física se vuelve metáfora de emociones humanas: agujeros negros como duelos, nebulosas como nostalgia. ¿Cómo encontraste el equilibrio entre rigor científico y licencia poética?
Hay tres aspectos que rigen esa tensión: uno, mi interés por las ciencias, dos, una actitud juguetona respecto a mi ignorancia sobre las mismas, y tres, la necesidad de procesar la pérdida de seres queridos.
Soy un desastre cuando se trata de estudiar las ciencias y creo que mi actitud lúdica respecto a esta falta de conocimiento, acompañada de una lectura de temas científicos para un público general, se combina con la exploración de imágenes y el sonido de las palabras con las que entretejo los poemas. Me interesaba entonces que los poemas estuvieran anclados en el vocabulario científico y que tuvieran una base objetiva, pero que volaran en direcciones emocionales que invitaran a explorar y dar rienda suelta a la imaginación.
Quería, además procesar un gran dolor que estaba viviendo. Cuando enfrentamos la pérdida de un ser querido o enfrentamos una situación difícil, nos parece que ese sentimiento nunca acabará y que el dolor es insuperable. Para mí, la mejor manera de expresar ese vacío, de manifestar el dolor que sentí, fue a través de las proporciones cósmicas o la vastedad del mar.
P.- El libro incluye referencias a Vicente Huidobro y otros poetas. ¿De qué forma dialogas con la tradición literaria mientras buscas una voz propia?
Creo que el proceso creativo involucra ese diálogo con los autores que admiras. Parte del proceso es nutrirte de las obras que disfrutas, para después permitirte hacerlas tuyas. Primero, a través de abrazarlas, saborearlas, sentarte un buen rato con ellas y tratar de entender qué es lo que te gusta de esas obras, para después dejar que crezcan dentro de ti y se vayan fundiendo con tu forma de ser. Y, finalmente, permitiendo que las obras se adapten a tus intereses, miedos y deseos, pero que lo hagan con tu propio vocabulario, con tu personalidad, moldeándolas a los temas que para ti son importantes. Cuando doy rienda suelta a este proceso, termino escribiendo algo que resulta tener un eco del autor que me inspiró, pero que finalmente es mi voz. En todo caso, esa relación con la tradición, con imitarla y romperla, es un pilar fundamental de mi ejercicio de escritura.
P.- Como académica y artista visual, ¿cómo influye tu trabajo con lo monstruoso y el mito en tu poesía?
Sin lugar a duda, lo monstruoso hace parte de mi trabajo creativo en varios frentes. La palabra monstruo viene de la raíz latina monere, avisar, advertir, pero también está conectada etimológicamente con la palabra monstrare, mostrar, exhibir. Los monstruos son, por lo general, figuras transgresoras que requieren de un lector activo que las interprete. Pueden ser símbolos de nuestros miedos sociales y políticos, del miedo a la naturaleza que no logramos dominar o al miedo del monstruo que se esconde tras la fachada de la civilización.
En mi trabajo artístico y poético me interesa pensar en los mitos, cómo se crean, cuál es su estructura y su función social. Me interesa entonces pensar en los monstruos y mitos de nuestro presente y yuxtaponerlos a los del pasado para encontrar un lenguaje que exprese las continuidades y transformaciones de nuestra historia.
Por ejemplo, varios de mis poemas se relacionan con mitos de creación de diferentes culturas que utilizo para cuestionar los silencios de la historia, el patriarcado, la religión, etc. Me interesa pensar en la otra cara del monstruo y exponer la normatividad como, en ocasiones, el horror más violento. En mi obra visual se encuentran reinvenciones y diálogo con personajes míticos como la Medusa y la creación de seres monstruosos para representar aspectos como la violencia de género. En fin, creo que mi trabajo académico informa mi obra creativa y el resultado de esta mezcla es un nuevo monstruo que clama dar voz a mis temores, observaciones y emociones.
P.- En Invierno en Minneapolis se describe el frío como experiencia física y existencial. ¿Cómo transformas el paisaje geográfico en geografía emocional?
Creo que mi experiencia migratoria juega un papel importante en mi relación con el espacio y, por tanto, con esa noción de transformarlo en geografía emocional. Crecí en Cali, una ciudad preciosa, muy verde, con montañas y bosques nublados al occidente, con ríos de agua cristalina y con el mar Pacífico y la selva húmeda tropical a un par de horas. Nada más distante de las praderas y los lagos del norte de los Estados Unidos.
Desde pequeña soñaba con visitar el río Misisipi, gracias a las obras de Mark Twain. Así que desde que llegué a vivir a Minnesota, sentí una conexión con mi nuevo hogar, tanto por la mística del río como por la cantidad de árboles y de agua que hay en la región.
Al mismo tiempo, no ver montañas, enfrentar el frío por casi seis meses del año, (un frío cortante que puede llegar a los -40 grados centígrados), en fin… vivir en un ambiente tan distinto al que me vio crecer, me hace pensar constantemente en lo que tengo y lo que dejé, en cómo los espacios te afectan y te van moldeando.
P.-El poemario cuestiona la linealidad del tiempo. ¿Crees que la poesía puede ser una forma de viaje temporal o de resistencia contra el crono?
Me encanta esa idea que propones. Las artes en general son una máquina del tiempo o esa “resistencia contra el crono” que supera nuestro deseo de continuidad.
No sólo porque nos conecta con esa tradición literaria de la que hablábamos, o porque son una ventana al contexto en que se escribió la obra, sino porque la poesía nos invita a hacer una pausa en este mundo acelerado en donde prima la inmediatez. La poesía invita a sentarse con el silencio, a pensar en la relación que existe entre las palabras y los vacíos que las acompañan y a establecer conexiones o emociones que a veces no sabemos cómo verbalizar.
P.-En Terapia hablas de la escritura como antídoto contra el estrés. ¿Qué lugar ocupa lo terapéutico en tu proceso creativo?
Ocupa un lugar central. Escribo y hago arte desde hace décadas, sin embargo, no fue hasta hace unos tres años que decidí compartir mi obra. Esta decisión estuvo guiada por un deseo de transformar mis traumas y el estrés del trabajo en algo creativo, en algo que me trajera alegría y que me permitiera continuar el día a día de manera más sana.
Llevo años en terapia y creo que los procesos de sanación toman tiempo, por eso solo ahora puedo compartir mi obra creativa. Además de este proceso acompañado por una profesional, tengo el gran apoyo de mi esposo, quien se toma en serio todas mis aventuras, y de mis amigos del colectivo Prifmata.
El colectivo se formó básicamente para apoyarnos y darle salida a nuestra creatividad, procesar nuestros traumas y crear un espacio seguro para compartir nuestros miedos y alegrías. Somos en total seis en el grupo: cuatro artistas y escritores colombianos (Sandra Lucía Castañeda, Carlos Mario Mejía Suárez, Andrés Molina-Ochoa y yo), una artista italiana (Roberta Zamma) y una artista peruana (Paola Evangelista). Nos reunimos semanalmente a compartir nuestras obras y a veces, nos dedicamos exclusivamente a darnos apoyo emocional.
Terapia, de hecho, es un poema que surgió en el contexto de estas reuniones de Prifmata. En uno de esos momentos de frustración compartida, la mejor manera de transformar el dolor individual y colectivo resultó ser la escritura del poema.
P.- Actualmente hay debates sobre la poesía como arte elitista. ¿Cómo concibes la relación entre profundidad conceptual y accesibilidad en tu obra?
Creo que es un debate de largo aliento, esta noción de la Torre de marfil y la poesía. En mi trabajo hay que navegar una línea muy fina entre complejidad y accesibilidad de un tema porque enseño español y culturas hispanas a estudiantes de segunda lengua y lengua de herencia. Mi interés es generar curiosidad en la clase, que los estudiantes sientan el deseo de seguir aprendiendo por su cuenta y, para ello, necesito que la información se sienta como algo posible de aprender para después profundizar. Imagino que esta postura ha influido en la manera en que escribo algunos poemas, no todos. Los poemas que son más complejos de entender son una invitación a un diálogo con una tradición literaria y cultural a la que todos tenemos acceso si le damos rienda suelta a nuestra curiosidad y deseo de exploración.
P.- El libro incluye guiños a tu experiencia migrante. ¿Qué papel juega el desarraigo en tu exploración de temas cósmicos?
El desarraigo es uno de mis monstruos. Migrar no es fácil, aun cuando lo hagas en condiciones favorables. Desde el espacio y el clima, hasta el lenguaje–y, ni hablar de las condiciones políticas–te recuerdan que no eres de ese lugar al que migraste, a pesar del afecto que puedas tener por tu nuevo país.
Cuando llevas casi media vida viviendo en un país extranjero, ya no eres del “presente” de tu lugar de origen y tu pasado hace que nunca vayas a pertenecer a tu nuevo hogar. Es una sensación extraña, un no-sé-qué hecho de recuerdos, ilusiones y de un vacío que solo un inmigrante reconoce. Ese vacío alrededor del que se va forjando la identidad parece tener a veces una expresión emotiva en dimensiones cósmicas. Esto, quizá en parte, se deba a la falta de un lenguaje emocional común entre quienes se quedan y quienes migran.
P.- Si tuvieras que definir El tiempo al revés con una imagen textil, ¿sería un bordado, un tejido en proceso o un retazo suelto?
Sería una colcha de retazos, un collage textil.
P.- ¿Qué le dirías a quienes ven incompatibilidad entre ciencia y poesía después de leer tus Poemas galácticos?
¡Que no hay incompatibilidad entre X y poesía! Sustituye la X por lo que quieras poetizar y encontrarás un lenguaje para dar rienda suelta a nuevas emociones. La poesía es la materia, los hilos (para seguir con la metáfora textil) que sostienen y salvaguardan nuestra humanidad. Así que cada aspecto de nuestra vida es un sujeto “poetizable”.
P.-Tras explorar el tiempo desde múltiples ángulos, ¿qué pregunta sobre la temporalidad humana te sigue inquietando?
Sigo pensando en la maleabilidad del tiempo: en cómo nos afecta un instante de dolor, la intensidad desgarradora de la pérdida de un ser querido y cómo éste se disipa y reinventa en la larga duración. Pienso en la memoria como pedacitos de tiempo que se van sedimentando en algún lugar del cuerpo, calcificándose a veces, otras en movimiento constante, pero siempre presente de alguna manera para continuar forjando nuestra historia.
P.- Finalmente, como profesora: ¿qué semilla literaria quisieras plantar en tus estudiantes con este poemario?
Quiero que sientan curiosidad y que se animen a buscar símbolos en las palabras y que se pregunten el porqué de los silencios entre ellas, que se pregunten por la ciencia escondida detrás de un poema y que vibren con los sonidos que apenas conocen. Quiero que sientan que su vida es también un mundo de poesía.


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