NO PUEDE PARAR

El cielo está llorando, está de proceso y la tristeza lo ha atrapado,
no puede parar, desconsolado, las nubes que lo ven no pueden
hacer nada, intentan juntarse más, para abrazarlo, le cantan para
animarlo, las nanas suenan por todos lados, el viento las lleva
entre los árboles, se aceleran en los valles y los prados, los
animales corren desesperados porque no se callan y el cielo no
para de llorar, no puede parar. Las gotas caen en la tierra como
espadas, agujerean la superficie plana, es su alma, golpeando el
cuerpo, la emoción lo traspasa y se acumula, el cielo está
desbordado creando esa charca en la que saltamos con botas de
agua, en la que se ahogan las historias pasadas, las malas rachas,
no puede parar, aunque se siente arropado, su pena despliega tal
tormenta que los demás le dan de lado, su bajón hace daño a los
que no entienden sus actos. Y el mar está enfadado con él, lo
mira desde abajo, las olas al chocar con las rocas quieren llegar
a tocarlo, y decirle que ya está bien, calmarlo, y no pueden, y no
puede parar, el cielo necesita ser acompañado. ¿Tanto cuesta de
entender? Todo lo que ha sacrificado pa que vivamos “bien”, al
móvil pegados, esperando la alerta, que no llegó, el mundo
colapsado, por el hacer, por el tener, mirando, siempre
multiplicando, ya no puede ser, el corazón acallado, el silencio
ensordece al que empieza a ver algo. Y ya no puede parar, y nos
empuja al cambio, a alzar la voz y ponernos en pie para no
ahogarnos en sus lágrimas. Un taladro en la consciencia que
despierta las alarmas, internas, las que encienden las linternas
para ver, que no es de hoy, es de ayer. No tiene que ver contigo,
deja de mirarte el ombligo y mira hacia arriba, y date cuenta de
que el cielo no puede parar, no puede parar de llorar, no hemos
pensado en el mañana y pasan cosas, no avisan, el volcán, la
Dana, ¿qué contaremos?, ¿qué dirán nuestros hijos?, ¿de qué
hablaremos? ¿qué futuro nos espera? Aparecen los que no tienen
corazón, ¿se puede negar la protección?, por dinero, por no salir
del caparazón, la sinrazón, qué vergüenza, ajena, o no.

Ruth Vicente González, del libro “Contexto” (2025)

El cielo que sangra lágrimas: cuando la naturaleza grita lo que callamos

¿Quién no ha mirado alguna vez la lluvia caer y ha sentido que el cielo llora? Vicente nos sumerge en esta metáfora universal pero la transforma en un grito desgarrador, en un llanto que se niega a cesar. Me estremece cómo la poeta convierte al cielo en un ser doliente, en una entidad viva que no puede contener más su sufrimiento, como tampoco podemos nosotros guardar eternamente nuestras penas. Ese cielo desconsolado me recuerda a todos los que hemos llorado hasta quedarnos vacíos y aun así seguimos manando lágrimas.

Las gotas que caen “como espadas” me atraviesan el alma cuando leo este verso. No es agua lo que cae, son heridas que se clavan en la tierra, son emociones que perforan la coraza que hemos construido. ¡Qué hermoso resulta ese contraste entre la suavidad del agua y la violencia de su impacto! Como nuestras propias lágrimas cuando destrozan las máscaras que llevamos.

Me conmueve profundamente ese cielo que necesita ser acompañado, esa soledad en medio del dolor. Vicente logra que sienta ternura por el firmamento mismo, que quiera extender mis brazos para abrazarlo, para sostenerlo en su llanto interminable. Y entonces comprendo que no es solo el cielo quien sufre – somos nosotros, es nuestra Tierra herida quien grita a través de la lluvia.

La palabra “Dana” resuena como un eco terrible, una referencia a las catástrofes climáticas que ya no son abstracciones sino realidades que nos ahogan. El poema se transforma ante mis ojos en una elegía por lo que estamos perdiendo, en un lamento por nuestra propia ceguera. “Deja de mirarte el ombligo y mira hacia arriba”, nos implora la autora, y siento que sus palabras me sacuden de mi letargo cotidiano.

¿Cuántas veces hemos ignorado el llanto del cielo? Vicente me obliga a contemplar mi propia indiferencia, mi pequeñez ante el dolor cósmico. Y sin embargo, también me regala esperanza en ese “alzar la voz y ponernos en pie” – una invitación a la acción, a no ahogarnos pasivamente en las lágrimas celestiales.

Este poema me recuerda que llorar es también un acto revolucionario cuando viene del cielo, cuando nos obliga a mirar hacia arriba, cuando se convierte en ese “taladro en la consciencia” que perfora nuestras comodidades. La lluvia ya no será nunca más para mí solo un fenómeno meteorológico – será este llanto incontenible, esta advertencia líquida, este amor desesperado que cae desde las alturas para recordarnos que formamos parte de algo mucho mayor que nosotros mismos.

 

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No puedo parar de Ruth Vicente
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