- freepik  a photorealistic emotionally charged image depicti  95495 - Lo Que Me Asusta. Elena Nuñez Sambucety.Lo Que Me Asusta

No me asustan los lobos, ni los bosques,
ni el mar embravecido;
me asusta tu gélida mirada,
tu indolencia, tu sarcasmo.

No me asustan los pesares,
las caídas, las vergüenzas;
me asusta tu necedad,
tu congelada sonrisa cínica,
tu careta;
la que habla dulce siendo dura
la que juega al amor;
la que encandila sabiendo
que no es verdad cálida la rigidez de tus hombros,
ni húmeda la curva de tus labios de desdén,
ni el granito de tu cuerpo,
la frialdad de tus manos;
ojos cristalinos que no están.

No me asusta el rugir del viento
ni el granizo, ni el hambre, ni la muerte;
me asusta tu marmolea presencia
impasible, impecable,
(impenetrable)
nada te atraviesa…
nada te toca del sufrimiento del otro.

Aprietas las manos en el cuello trémulo sin piedad,
el veneno en tu boca que muchos miran e ignoran,
miran hacia otro lado,
y de tanto hacerlo
no sienten; no vibran; no tocan,
a pesar de tener manos y corazón.

Una sociedad dormida me rodea,
seres anestesiados que comen y ríen
y pasean,
disfrutando como gatos vientre al sol,
gente que mira, pero no mira;
que sonríe, pero no siente;
¡eso sí da miedo!

Elena Núñez Sambucety, Arquitecturas Humanas

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El Miedo a la Indiferencia

Este poema, como un grito ahogado en la multitud, resuena con la angustia de quien se enfrenta a la indiferencia. No son los peligros del mundo exterior los que aterrorizan al yo poético, sino la frialdad de un alma insensible, la mirada que no ve, el corazón que no siente.

Elena, con maestría, invierte la jerarquía de los temores. Los lobos, los bosques, el mar embravecido, símbolos de la naturaleza salvaje y sus desafíos, palidecen ante la gélida mirada de quien se ha cerrado al dolor ajeno. Es en esa desconexión, en esa indolencia petrificada, donde reside el verdadero horror.

Las imágenes que utiliza son poderosas: “congelada sonrisa cínica”, “hombros de rigidez”, “labios de desdén”, “granito de tu cuerpo”, “frialdad de tus manos”. Cada palabra esculpe un retrato de la insensibilidad, de la incapacidad de vibrar con la emoción del otro.

La sociedad dormida que rodea al yo poético es aún más aterradora. Seres anestesiados, gatos al sol, que miran sin ver, que sonríen sin sentir. La indiferencia se convierte en una epidemia, una máscara que oculta la falta de empatía y la incapacidad de conectar con la humanidad compartida.

En este poema, Elena no solo nos revela sus miedos, sino que nos confronta con los nuestros. Nos invita a despertar del letargo, a mirar con atención, a sentir con el corazón, a abrazar la vulnerabilidad y a resistir la tentación de la indiferencia. Porque, al final, es en la conexión con el otro, en la compasión y en el amor, donde encontramos la verdadera fuerza para enfrentar los peligros del mundo.

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