El hilo azul

Une los pliegues de una historia rota,
zurce la herida de mapas antiguos
con puntadas de paz y acuerdos invisibles.

Fue lino en el manto de Atenea,
lanza templada en Roma,
viento celeste en las velas flamencas,
y en el humo de miles de trenes,
también fue ceniza.

Pero no se cortó.

Saltó de ruinas a tratados,
de orillas sangrantes a puentes de idiomas.

Hoy teje en lo hondo
una tela de voces,
costura de pueblos
que aún se descubren
bajo las mismas estrellas.

Un hilo azul
que no encadena,
sino que abraza.

Francisco Muñoz-Martín, “El Hilo Azul: Europa en Verso”

El tejido de la memoria común

Hay algo profundamente conmovedor en este poema que abre la colección de Muñoz-Martín, algo que nos susurra al oído que la historia no es una suma de tragedias sino una costura paciente de heridas que aprenden a sanar juntas. El hilo azul se convierte aquí en una metáfora viva, respirante, que no solo conecta sino que cura, que no solo une sino que comprende.

La genialidad del poeta reside en haber encontrado en este hilo la perfecta analogía de lo que significa ser europeo: llevar en las venas tanto el lino sagrado de Atenea como la ceniza de los trenes que llevaron al horror, y aun así seguir tejiendo. Es como si Muñoz-Martín hubiera logrado capturar en estos versos la esencia misma de la memoria europea, esa capacidad extraordinaria de transformar el dolor en sabiduría, la destrucción en construcción.

El ritmo del poema es pausado, reflexivo, como el de alguien que camina por un museo de la historia y se detiene ante cada vitrina con reverencia. Las imágenes se suceden con una cadencia que recuerda los pasos de quien ha aprendido que la prisa no cura las heridas profundas. Y qué hermosa esa progresión temporal que va desde la Antigüedad clásica hasta nuestros días, mostrándonos que este hilo azul ha estado siempre ahí, a veces visible, a veces oculto bajo la ceniza, pero nunca roto.

La elección del color azul no es casual, por supuesto. Es el azul de la bandera europea, pero también el azul del cielo bajo el cual todos compartimos el mismo aire, el azul del mar que nos rodea y nos conecta. Hay algo maternal en este hilo que “no encadena, sino que abraza”, como si Europa fuera una madre que ha aprendido a amar a sus hijos precisamente por sus diferencias, no a pesar de ellas.

Lo que más me conmueve de este poema es esa línea solitaria, suspendida en el centro: “Pero no se cortó.” Es como un susurro de esperanza en medio de la noche más oscura, un acto de fe en la resistencia de los vínculos humanos. Porque al final, nos dice Muñoz-Martín, somos pueblos que “aún se descubren bajo las mismas estrellas”, y en ese “aún” hay toda la ternura del mundo, toda la paciencia de quien sabe que el amor verdadero no se construye en un día sino en siglos de aprender a mirarse con compasión.