NO

No.
N-O
2 letras.
Entiendo que no te enseñaron a leer (ni a querer),
pero hasta un perro lo entendería.
Tenía muñecas, no deseos.
Tenía miedos, no secretos.
Y tú,
con manos grandes y promesas sucias,
convertiste mi infancia en un infierno.
No era amor,
era poder.
No era un juego,
era mi piel rota
y tu sombra escondida entre las cenas familiares.
Fuiste el monstruo
que aprendí a llamar por su nombre
y a temer cuando la puerta tenía pestillo.
Pero hoy lo grito:
NO.
Aunque tiemble, aunque me sangren los recuerdos,
aunque todavía me duela existir en ese cuarto.
NO.
Porque mi cuerpo no era tuyo.
Porque el parentesco no es permiso.
Porque fui niña
y tú decidiste no ser humano.

Alex Romero de la Osa Díaz, “Ver es para ciegos”

El grito necesario

Hay poemas que contienen todas las edades de quien los escribe, que arrastran en su fuerza la memoria misma de una civilización rota y el anhelo de una futura justicia. Este poema es un portazo al horror y una llave lanzada lejos: la llave de la puerta que el monstruo cerraba, que el poeta abre con un NO que lo abarca todo. Es palabra convertida en refugio, en escudo, en bálsamo tardío.

Aquí la infancia se define no por la inocencia, sino por el miedo, la frontera entre ser persona y ser muñeca, ser cuerpo y ser secreto. La sencillez formal, la violencia contenida y la claridad en la denuncia devuelven al lector la vergüenza ajena de una sociedad que, a menudo, solo escucha demasiado tarde. Cada línea es un testimonio público, pero sobre todo un ritual de supervivencia: el NO ha dejado de ser un susurro en la garganta y hoy tiembla como trueno. Esta negación es origen de vida, de nombre, de derecho a escribir la propia historia.

El milagro de este poema es que cada palabra, sin pretenderlo, aúlla por todos los silencios que no han sido aún escritos. Es un himno a la dignidad en la derrota, un alambre afilado que separa para siempre la culpa del sobreviviente de la del verdugo. Ante todo, es la prueba encarnada de que la poesía no rescata, pero sí puede nombrar la puerta y el pestillo, y puede señalar, sin miedo, al monstruo.