José Soriano Recio ofrece en esta entrevista una radiografía de su poemario Alabanzas de esto y de lo otro, una obra que redefine la poesía como espacio de pensamiento complejo. El autor explica cómo su inmersión en la filosofía budista de Nāgārjuna y las imágenes del Bosco dieron vida a un universo poblado por criaturas no humanas —monigotes, cerditos sin brazos, serpientes tautológicas— que le permitieron pensar en vacío sin cerrar el pensamiento prematuramente. A lo largo de diez preguntas, Soriano Recio defiende una poesía que integra terminología científico-filosófica (topología, termodinámica, teoría de conjuntos) sin mediación pedagógica, entendiendo que el lenguaje del mundo es continuo y que la complejidad no excluye, sino que despliega lo posible. Rechazando la lírica confesional y el patetismo emocional, el autor reivindica la repetición radical, la estructura bipartita y el distanciamiento filosófico como herramientas para entrenar al lector en las habilidades cognitivas que demanda el siglo XXI: tolerancia a la ambigüedad, pensamiento no lineal y capacidad para reorganizarse sin trascendencias fijas.

 

  1. En Alabanzas de esto y de lo otro construye un universo poblado por monigotes, cerditos sin brazos y serpientes tautológicas. ¿Cómo nacieron estas criaturas y qué relación tienen con su concepción de la poesía como espacio de pensamiento?

 

En aquellos meses estaba sumergido en Nāgārjuna y en una forma de pensar desde la vacuidad. No buscaba iluminarme: quería comprobar si mi mente podía moverse con más soltura entre la física fundamental y el resto de mis saberes. En ese estado empezaron a surgir escenas que no pedían permiso ni moraleja: simplemente se dejaban estar.

Cuando crucé esa mirada con las imágenes del Bosco, apareció el mundo de Alabanzas. Decidí excluir a los personajes humanos porque enseguida se convierten en embudos emocionales: obligan a justificar, a explicar. Los monigotes y los animales me ofrecían libertad absoluta. Piensan, actúan, fracasan, pero no te piden consuelo. Son dispositivos funcionales para pensar en vacío sin cerrar el pensamiento demasiado pronto.

 

 

  1. Dos poemas del libro repiten obsesivamente “Jugar Esperar al otro” y “punto recta” durante páginas enteras, transformando la lectura en experiencia hipnótica. ¿Qué busca provocar en el lector con esta técnica radical de repetición?

 

La repetición es un fenómeno físico, un patrón que se sostiene a sí mismo. Cuando una palabra se repite hasta el exceso deja de funcionar como lenguaje y empieza a funcionar como imagen. Quería que el lector experimentara ese desplazamiento: que el verbo, al empaquetarse en una regularidad casi mineral, se volviera superficie.

No espero que nadie lo recite como un mantra; no es un poema meditativo. He querido que, cerrando el primer bloque, el ojo entre en un orden visual propio de la matemática, la música repetitiva o una pantalla de unos y ceros. Y es que en Alabanzas la repetición opera como un módulo del sistema: muestra que debajo de los relatos complejos hay una estructura casi física, un latido que sostiene el universo del libro.

 

 

  1. Su poemario integra terminología científico-filosófica (topología, teoría de conjuntos, termodinámica) sin mediación pedagógica. ¿Por qué considera que este lenguaje pertenece también al territorio de lo poético?

 

Lo veo al revés: ¿por qué debería quedar fuera de lo poético? Si el mundo es continuo, también lo es el lenguaje. La topología, la termodinámica, los conjuntos o la emergencia no son ajenos a la poesía: son formas de describir la realidad, igual que una imagen lírica.

No uso ese lenguaje para enseñar nada, sino porque es parte natural de cómo pienso. Cuando la mente trabaja con sistemas, el poema también trabaja con sistemas. La poesía no pierde nada: gana precisión, ritmo, estructura, la belleza que nace de la coherencia… y también la libertad de llegar lejos.

 

 

 

  1. La obra se estructura en dos grandes bloques: escenas narrativo-descriptivas y alabanzas metapoéticas. ¿Cómo concibe la relación entre experiencia y reflexión en el proceso de escritura?

 

Para mí son inseparables. Mi necesidad de cambiar la forma de pensar fue casi física: las herramientas previas ya no bastaban. Empecé a escribir en espiral, demoliendo cuentos, mitos, reglas de juego y posibilidades de ser. Ya tenía muchas escenas narrativas, pequeñas cápsulas donde algo ocurría, y un día vi que debía girar el sentido: no un escenario donde pasa algo, sino un algo que, al pasar, genera su propio escenario. Lo vi en el ordenador —la página al 40%— y en mi cabeza. Desde ese nuevo lugar mental reconstruí sentido de abajo arriba: de la tierra del topo al universo que despliega infinitos en expansión.

Y aparecieron simetrías: comprendí que el libro tenía dos bloques que funcionaban como dos ojos de lenguado, conectados por una misma mente que mira desde dentro y desde fuera. Cuando esto surgió, terminé de escribir el libro.

 

 

  1. Usted rechaza la lírica confesional y el patetismo emocional para abrazar el distanciamiento filosófico. ¿Considera que la poesía contemporánea española se ha acomodado excesivamente en la claridad comunicativa y el realismo experiencial?

 

Voy a ser honesto: no lo sé con certeza porque no sigo modas ni tendencias.

Escribí Alabanzas porque necesitaba un espacio mental donde correr a la velocidad de pensamiento que me es propia. No obedecía a un programa ni a una reacción: era una necesidad cognitiva. Luego modulé la estructura general.

Dicho esto, sí creo que la claridad puede, como todo, devenir jaula. Y alguien debe recordar que la complejidad es también una forma de libertad.

 

 

  1. En “Alabanza 10” escribe sobre el lenguado que desplaza un ojo de posición y cómo ese cambio físico altera su percepción del mundo. ¿Hasta qué punto esta metamorfosis ilustra su visión sobre la relación entre morfología y cognición?

 

El lenguado no es metáfora: es mecanismo. Cuando al pez se le desplaza un ojo, cambia su mundo. Cuando a la mente se le desplaza la mirada, cambia el tuyo.

Mi escritura funciona igual: desplazar la mirada es desplazar el mundo.

 

 

  1. Su poesía dialoga con la tradición experimental española (Francisco Pino, Juan Eduardo Cirlot, Joan Brossa) pero desde premisas propias. ¿Qué hereda de esos pioneros y en qué se aleja de ellos?

 

Lo mío no es herencia: es emergencia. No procedo de un linaje —con sinceridad, conocía poco a esos autores—; puedo compartir con ellos intuiciones muy humanas, sí, pero correlación no es causalidad.
Mis manos están en la física no lineal del siglo XXI y en Nāgārjuna: en los sistemas emergentes, en las lógicas no lineales y en esas topologías que se reorganizan al mirar. Ese es mi espacio de trabajo.

  1. Una frase del libro dice: “No hay mayor irreversibilidad que el paso a la trascendencia desde lo local”. ¿Rechaza usted cualquier trascendencia consoladora en la poesía o simplemente cuestiona las formas tradicionales de acceder a ella?

 

En la lógica del cuento la trascendencia aparece como una ilusión cognitiva: un techo que protege de la lluvia. No es un lugar; es un efecto del hambre conceptual.

Y si algo se parece a la trascendencia, no está fuera: está en la mirada que conecta lo que ocurre. El presente es muy grande.

Pero esto no elimina el sufrimiento: somos miles de millones y mucho del existir parece absurdo. La contienda contra eso es real. Hay que aprender a discriminar la dieta conceptual y emocional en el menú del mundo. Si mis palabras ayudan, alabadas sean.

 

 

  1. La dificultad de su obra es programática, exige relectura y demanda cognitiva. En un momento donde se reclama accesibilidad para democratizar la poesía, ¿cuál cree que es el papel de la complejidad en la literatura contemporánea?

 

Confundir accesibilidad con democratización es un error conceptual. La accesibilidad es una estrategia; la democratización, una estructura. La primera puede favorecer la segunda, pero también puede limitarla si ofrece un lenguaje diluido que infantiliza la experiencia.

La complejidad no excluye: despliega lo posible. Activa capacidades que todos poseemos
—tolerancia a la ambigüedad, pensamiento no lineal, integración multisistémica, lectura en ritmo y vacío—.

Alabanzas asume esa responsabilidad. No por dificultar, sino porque el siglo XXI es, en sí mismo, un entorno cognitivo complejo: interdependencia, ruido, sistemas abiertos, la IA…

Escribir con complejidad no es un gesto estético, sino una fidelidad a cómo se organiza el mundo. La complejidad no aleja al lector: lo devuelve a su potencia plena… La complejidad es democrática: todos estamos formados por sistemas complejos.

 

 

  1. ¿Qué espera que le ocurra al lector que termine de leer Alabanzas de esto y de lo otro? ¿Qué pregunta le gustaría que se llevara consigo?

 

Con que pase un buen rato de lectura y conversación, ya es suficiente; eso justifica cualquier libro.

Pero Alabanzas pide algo más: entrena al lector en ver patrones sin evidencias, tolerar vacíos sin colapsar, pensar en espiral, habitar tensiones, comprender sistemas sin centro, leer en frecuencia, reorganizarse sin trascendencias fijas.

Eso no es una habilidad literaria: es una habilidad para nuestro tiempo.

Si el libro ayuda aunque sea mínimamente en esa dirección, ya habrá hecho su trabajo.