Elen
Elen, hoy que te vas y te llevas de España
muy pocos souvenirs y muchos desengaños,
entre las despedidas, las voces, los pañuelos,
los “escríbeme pronto”, “ven el próximo año”,
aunque, todos lo saben, no volverás ya nunca,
me atreveré a pedirte que olvides a este loco
que una noche te vio llorar medio borracho.
El día de mañana me lo sé de memoria:
otra Elen diferente ocupará tu cuarto,
retirará de en medio las cosas que te dejas
y cambiará los cuadros.
Vendrán tus gorriones como siempre, al crepúsculo,
y se acostumbrarán a comer de otra mano,
y tu cara y tus gestos y tu voz y tu risa
se nos irán borrando…
Cuando el dolor me deje publicar estos versos,
que hablan de lo que nunca te dijeron mis labios,
puede que algún imbécil pregunte si exististe.
Un día yo también cerraré la maleta
y marcharé de aquí, solo, como he llegado,
nadie estará en la última estación despidiéndome,
nadie en el otro extremo del camino esperando;
otro dedo tendrá el anillo que hoy llevas,
sin saber que una vez fue también de mi mano,
sin saber que hubo un hombre que escuchó tus palabras
con dolor en la boca y el corazón amargo;
pero, si te preguntan, diles que fue de uno
que pasó por la vida como pasan los pájaros:
con la esperanza abierta a todo lo imposible,
sin grandes alegrías y sin grandes fracasos.
Quizá entonces ni sepas ya cuál era mi nombre,
sonríe y, por favor, no intentes recordarlo;
diles sólo que, un día, al ver que estabas triste,
me puse también triste
y caminé a tu lado.
“Elen: Un Viaje a través de la Melancolía y la Memoria”
En el susurro de las palabras, el poema se despliega como un velo de melancolía que envuelve el alma. Es un adiós contenido, un lamento silencioso que se desangra en la página, dejando tras de sí un rastro de recuerdos que se desvanecen como el humo en el viento. Elen se va, y con ella se lleva un pedazo de vida, un fragmento de historia que quedará flotando en la memoria como un eco que se desvanece lentamente.
La tristeza se filtra entre las líneas, un dolor que no grita, pero que cala hondo, como el susurro de un río que fluye en la oscuridad. El hablante observa el futuro con ojos que ven más allá del presente, sabiendo que la ausencia de Elen será reemplazada por la rutina, por otras manos que alimentarán a los gorriones al crepúsculo. Es una imagen sencilla y poderosa a la vez, porque encapsula esa verdad universal de que el mundo sigue girando aunque nosotros sintamos que se detiene, como si el tiempo mismo fuera un gran reloj que marca el paso inexorable de la vida.
Y en medio de esta despedida, hay un amor no dicho, un sentimiento que se esconde detrás de las palabras, como un río que fluye bajo tierra. El hablante confiesa que nunca expresó lo que sentía, y ahora esos sentimientos solo encuentran refugio en los versos, como si el poema fuera un último intento de inmortalizar lo efímero, de darle forma a lo que nunca se dijo en voz alta. Hay una vulnerabilidad desgarradora en eso, porque ¿quién no ha sentido alguna vez que las palabras no alcanzan o llegan demasiado tarde, como una lluvia que cae sobre un paisaje ya seco?
Y luego, en el final, el hablante imagina su propio destino: partirá solo, como llegó. Es una soledad asumida con dignidad, sin dramatismos, como si el silencio mismo fuera una forma de libertad. Pero lo más impactante es cómo se despide de sí mismo a través de Elen: le pide que si alguien le pregunta por él, simplemente diga que fue alguien que pasó por la vida como un pájaro, con esperanzas imposibles y sin grandes triunfos ni fracasos. Es una declaración humilde y hermosa, porque encapsula la esencia misma de lo humano: somos efímeros, frágiles, pero también capaces de sentir profundamente, como hojas que se lleva el viento.
Este poema no solo habla del amor perdido o de las despedidas; habla del paso del tiempo, del olvido inevitable y de cómo tratamos de aferrarnos a los recuerdos aunque sepamos que se desvanecerán como la niebla al sol. Es un canto a lo transitorio, pero también una celebración silenciosa de los momentos compartidos, por pequeños o breves que hayan sido. Y eso es lo que lo hace tan conmovedor: todos podemos vernos reflejados en esas palabras, como si el poema fuera un espejo que refleja nuestra propia alma.
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