BAJO LAS SÁBANAS DE SCHRÖDINGER

Bajo sábanas selladas
de una paradoja incierta,
somos, y no somos,
la hipótesis de otros.
Espejos quebrados
reflejando lo que no comprenden,
partículas errantes,
viviendo entre el beso
y la duda ambigua del después.

¿Qué somos, amor,
cuando nadie nos piensa?
Cuando flotamos entre
todas las versiones posibles,
y ninguna basta,
y ninguna se aprueba
con resultados concluyentes.

Nuestra cama es un universo
en superposición cuántica,
un pliegue en el tiempo
donde nada es tan cierto
como la paradoja,
del ser y no ser.

¿Seguiremos existiendo
cuando termine este abrazo?

El universo decide por nosotros,
nos contiene, nos olvida,
somos un instante sin definición,
sin certeza,
sin promesa ni frontera,
cada vez que nos miden,
dejamos de ser infinitos.

No retiren las sábanas,
hay sombras que solo viven
con los ojos cerrados.
Por favor,
no retiren las sábanas,
aquí dentro aún laten
los sueños de dos amantes.
Y si lo hacen…
podría desvanecerse
cuando más existo,
podría ser mientras no soy, o,
podría estar mientras dejo de ser,
¿cómo sabré si alguna vez fuimos?,
¿cómo sabré si no te inventé
para salvarme?

¿Dónde hallaré tu sombra,
si la luz lo arranca todo?

Figu García, “Prendas Íntimas (Catálogo Unisex)”

Cuando el amor habita en la incertidumbre cuántica

Hay versos que nos desvelan verdades que la ciencia intuye pero que solo la poesía logra sentir en la piel. Figu García toma la paradoja más hermosa de la física moderna —el gato de Schrödinger— y la convierte en lecho de amantes, en refugio donde dos cuerpos buscan certezas que el universo se niega a darles.

La genialidad de este poema radica en cómo transforma un experimento mental abstracto en algo visceralmente humano. Esas sábanas no son solo tela, son el velo que protege la magia del estar siendo sin definirse, del existir en el limbo dulce de todas las posibilidades. Los amantes bajo esas sábanas no son solo carne y hueso, son partículas danzando en superposición, existiendo y no existiendo al mismo tiempo, como ese amor que nunca sabemos si es real o lo inventamos para salvarnos de la soledad cósmica.

La voz poética pregunta con la fragilidad de quien conoce la respuesta pero la teme: “¿Seguiremos existiendo cuando termine este abrazo?” Porque sabe que el acto de observar, de medir, de definir, colapsa la función de onda del amor. Mientras nadie los mire, mientras permanezcan bajo esas sábanas cuánticas, pueden ser infinitos, pueden ser todas las versiones posibles de sí mismos y de su amor.

El ruego “No retiren las sábanas” se vuelve plegaria desesperada, porque el poeta comprende que hay sombras que solo viven con los ojos cerrados, que hay amores que solo existen en la penumbra de la indefinición. La luz —metáfora de la observación, del análisis, de la certeza— arranca todo, destruye la magia de lo incierto.

García logra algo extraordinario: hacer que sintamos en el pecho la angustia existencial de no saber si el otro es real o una invención necesaria, si el amor es partícula o onda, si somos observadores o experimento. La ciencia se humaniza, el amor se cuantifica, y entre ambos nace una poesía que abraza la incertidumbre como la única certeza posible en un universo que decide por nosotros y que nos contiene y nos olvida con la misma indiferencia cósmica.